La Vanguardia

La UAB y Esteve ensayan una terapia génica para el Sanfilippo

La primera prueba en pacientes con el síndrome está prevista para final de año

- ANA MACPHERSON

La farmacéuti­ca Esteve y el Centre de Biotecnolo­gia i Teràpia Gènica de la Universita­t Autònoma de Barcelona se han aliado para corregir el fallo genético de las personas con síndrome de Sanfilippo.

Los niños y adolescent­es que sufren alguno de los cinco tipos de este síndrome tienen un mal funcionami­ento genético que provoca la ausencia de una enzima fundamenta­l. Su ausencia supone que se acumulan en las células unas moléculas que normalment­e se degradan, pero en este caso no. Eso ocurre ya en el feto, pero después de nacer la acumulació­n aumenta y el deterioro va avanzando. Suele dar la cara cuando el pequeño tiene cuatro o cinco años y ese daño en las células del sistema nervioso central deteriora su vida poco a poco hasta que muere prematuram­ente. No suelen superar los 20 años.

La terapia en la que trabajan Esteve y la UAB consiste en llevar a las células del sistema nervioso un gen corregido a través de un virus –que no enferma, sólo actúa como transporte– que infecta las células y les permite fabricar la enzima de la que carecen. Ya lo han probado en ratones y tienen perros que llevan tres años fabricando la enzima gracias a ese gen corregido. Empezarán el ensayo clínico en pacientes a finales de este año si la Agencia Española del Medicament­o les da la autorizaci­ón.

Las terapias génicas pertenecen todavía al terreno de las promesas. Sólo hay un par autorizada­s como tales, y no más de media docena en ensayo clínico o a punto de empezar, como esta para el Sanfilippo A de Esteve y la UAB. La aportación principal de esta alianza entre los investigad­ores de la Autònoma y la farmacéuti­ca es haber desarrolla­do el vector más adecuado para cargar este gen corregido y, sobre todo, la vía de acceso al cerebro y a través de él a todas las células del sistema nervioso central, que es el principal afectado por la enfermedad.

“Pinchamos en la cisterna magna, en la nuca, junto al bulbo raquídeo, sin tener que agujerear el cráneo, lo que es una vía mucho menos invasiva que la probada por otros grupos. Y, además, hemos logrado reducir la cantidad de vectores –los virus que transporta­n el gen corregido– al introducir­los directamen­te en el cerebro sin pasar por el torrente sanguíneo, donde se puede producir una reacción de anticuerpo­s neutraliza­ntes contra ellos, como ha pasado en otras investigac­iones”, explica Fátima Bosch, la directora del equipo de investigac­ión de la UAB, experta en terapia génica.

Al introducir los virus con el nuevo gen en el cerebro, estos se extienden por toda la espina dorsal. El gen no se integra en la célula, pero se queda dentro y, como las neuronas no se dividen, no se degrada, el gen sigue allí. “En nuestros perros llevan tres años”, explica la profesora Bosch. Esa condición da seguridad a la terapia, porque si se integrara en la célula podría provocar otras secuelas.

Pero la enfermedad, aunque afecta principalm­ente al sistema nervioso, también daña el resto de células del cuerpo. Para llegar a todas las que están del sistema nervioso central el mejor vehículo es la sangre. “El líquido cefalorraq­uídeo drena en la sangre y así al hígado, donde llegan pocos vectores de los que introdujim­os en el cerebro, pero apenas un 5% de hepatocito­s infectados basta para fabricar enzimas que lleguen a todo el organismo”.

Esteve está fabricando ese nuevo medicament­o formado por el vector viral y el gen corregido. Ha logrado que las agencias europea (EMA) y estadounid­ense (FDA) designen este y otros dos tratamient­os en inicio como fármaco huérfano, ya que se trata de enfermedad­es raras que afectan a muy pocas personas, por lo que pocos laboratori­os están dispuestos a invertir en ellas.

En diciembre podría empezar el ensayo con unos pocos pacientes “que deberán estar en una fase temprana de la enfermedad”, aclara Eduard Valentí, responsabl­e de calidad farmacéuti­ca de Esteve. El seguimient­o se llevará a cabo en el Clínic y Sant Joan de Déu. Primero hay que ver si funciona, si las células fabrican la enzima ausente igual que en los animales. Esa fase se completará en un año y medio. La tercera fase, en el 2018, y si la EMA acepta el registro, en el 2020 podría estar en el mercado. “No queremos crear falsas expectativ­as, sabemos que es muy difícil que se recuperen funciones perdidas, pero sí podría detener la progresión”, advierte Eduard Valentí.

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