Marcialidad y no palmas
El 2 de abril de 1939 era el domingo de Ramos. No se trataba de una festividad cualquiera: era el primer domingo de Ramos una vez terminada la guerra incivil. Con aquella vocecita muy característica, el día anterior se había hecho público aquel parte que principiaba así: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo…”.
Hacía ya un tiempo que las tropas de ocupación, por emplear la terminología oficial de aquel momento, se habían adueñado de Barcelona: un par de meses. En ese breve período se había puesto de manifiesto que un nuevo estilo de dictadura se imponía, y muy distinta en no pocos aspectos de la de aquel otro general: Primo de Rivera.
Pese a que ya se había tratado de un general, en cambio el poder militar asomaba ahora por doquier y todo lo controlaba con puño de hierro, no en balde eran los triunfadores de una despiadada e interminable matanza fratricida. Pero había otro signo más que iba a caracterizar esa dictadura, la franquista: la participación de la Iglesia católica en el ejercicio del poder; y se escenificaba con una serie de rituales tétricos y encima públicos, que desbordaban con exhibicionismo los marcos hasta entonces habituales.
Así pues, aquel primer do- mingo de Ramos bajo la dictadura franquista exhibió un perfil nunca visto. Semejante celebración siempre había revestido un aire festivo, alegre y amigable, tal como requerían la tradición y la historia; se caracterizaba por una presencia familiar al completo, por un dejarse ver en el exterior, por cumplir con unas costumbres simpáticas que comenzaban ya unos días antes en la feria de las palmas, que a renglón seguido debían ser bien ornamentadas.
Pero en aquel primer domingo de Ramos el ambiente se torció. Es verdad que en la catedral se efectuó al filo de los cánones religiosos y ciudadanos habituales. La novedad, en cambio, tuvo efecto de forma simultánea en la entrada ferial de Montjuïc, la que se daba en llamar “el marco incomparable”.
Allí se congregó un gentío enorme, que desbordaba avenida y calles adyacentes. Esa era la novedad, inquietante por cierto. Y es que allí se escenificaba una misa de campaña, la de la Victoria del Ejército Nacional. Tal compromiso exigía una escenografía al uso. Basta observar el panorama, objetivo por cierto, que captó el fotoperiodista.
Banda de música. Ambiente militar. Un jefe, con uniforme, boina, bota alta y correaje abre la marcha. Y sigue al jefe una nutrida representación de enfermeras muy imperiales que enarbolan cada una su bandera, al tiempo que fracasan en el intento de marcar el paso. En la tribuna, ostensiblemente alzada para escenificar donde están los que en verdad mandan, el ramillete de autoridades con su brazo, el derecho, claro, tendido según exigía el saludo fascista.
¡Vaya domingo de Ramos!
El primer domingo de Ramos después de la guerra incivil fue significativo e inquietante