La Vanguardia

“Los actores buenos son como los espías: no sabes bien lo que hacen”

Mark Rylance, q ue e nc a r na a l e s p í a Abel e n ‘ E l p uente d e l os e s p í a s ’, d e S p i e l b e rg

- GABRIEL LERMAN

Aunque debutó en la curiosa Corazones de fuego (1987), protagoniz­ada por Bob Dylan, y tuvo su primer papel importante en Los libros de Próspero (1991) de Peter Greenaway –sin olvidar su protagonis­ta más bien exhibicion­ista en Intimidad (2001) de Patrice Chéreau–, Mark Rylance ha desarrolla­do la mayor parte de su carrera en el teatro. Pero Spielberg lo ha vuelto a seducir para la gran pantalla, con el segundo papel en importanci­a –tras el de Tom Hanks– de El puente de los espías, un trabajo que ciertament­e no pasó desapercib­ido para los críticos ni para la Academia. Aunque el favorito de la noche es ciertament­e Sylvester Stallone, muchos apuestan por este británico de 56 años. Decidido a convertirs­e en una figura habitual en el cine, Rylance protagoniz­a la nueva película de Spielberg, The BFG, y ya ha sido contratado por Christophe­r Nolan para que encabece junto a Tom Hardy y Kenneth Branagh Dunkirk.

¿Cómo fue la experienci­a de trabajar con Steven Spielberg? No conozco a Picasso o a Mozart para compararlo­s, pero imagino que rodar con Spielberg es como estar en el estudio de Picasso: es un maestro en su oficio. Mantiene una actitud de niño maravilla- do frente al mundo, por lo que estimuló en mí el deseo de jugar como si yo también fuese un niño. Es la mejor actitud que uno puede tener como actor: la de un crío jugando. Así surgen cosas del inconscien­te y todo resulta mejor de lo que había sido planeado.

¿Conocía a Rudolf Abel, su personaje de espía soviético, antes de hacer la película? No, en absoluto. Sólo tengo dos amigos que habían oído su nombre. Un compañero de la escuela secundaria que es periodista. El otro es Sting, que creció en Newcastle y me contó que allí todos sabían dónde había vivido, en la parte de los astilleros. Por lo que sabemos de Abel, en los albores de la Primera Guerra Mundial, solía recorrer las calles de Newcastle junto a su padre cuando era un muchacho, pidiendo a los trabajador­es que no se enrolaran en la guerra. Ojalá hubieran sido muchos más los que le hicieron caso.

¿Cree qué era un buen espía? Sí. Todavía hoy no se sabe qué era exactament­e lo que hacía en Estados Unidos: eso es un espía. Lo mismo puede decirse de los actores. Yo creo que los mejores son aquellos que no notas que están actuando, no sabes lo que hacen. La verdad es que no se sabe mucho sobre él; los artistas que le conocían son la mayor fuente de informació­n sobre él. Era un hombre muy amable y amistoso. Cuando regresó a Rusia, las auto- ridades rusas aseguraban que era sólo un operador de radio. En cambio, los norteameri­canos dicen que se trataba de un coronel, el espía de más alto rasgo que tuvieron los rusos en EE.UU.

¿Por qué lo atraparon? No lo hubiesen capturado si los rusos no hubieran enviado a un espía alcohólico para que fuera su asistente. Fue él quien dio el nombre de Abel. Es una parte interesant­e de la historia que desafortun­adamente no se pudo contar en El puente de los espías, que trata solamente sobre la amistad de dos enemigos potenciale­s y el poco dramático trabajo de conseguir la paz.

¿Existe algún documento fílmico que le haya permitido ver cómo era Abel en realidad? Sí: el único documento fílmico que existe es un vídeo en el que se

STEVENSPIE­L B ERG “Rodar con él es como estar con Picasso, es un maestro en su oficio”

INTERPRETA­R “La mejor actitud que uno puede tener como actor es la de un crío jugando”

ve cómo le suben a una camioneta de la policía al juzgado de Brooklyn en el que le van a procesar. Se le ve con un traje y un bonito sombrero, y tiene una sonrisa burlona, un poco como la de Lee Harvey Oswald, el asesino de Kennedy, pero no exactament­e igual, mientras unos hombres también vestidos con traje le llevan hasta el tribunal.

¿Cómo cree que era Abel? Uno puede advertir en esas tomas que es un hombre con un gran sentido del humor, o tal vez esté disimuland­o muy bien y todo pasó por tratar de mostrar que no entendía de que se trataba todo aquello. Lo cierto es que Abel desapareci­ó una vez que llegó a Rusia. Se convirtió en maestro de espías, lo que arroja un poco por la borda la teoría de que era sólo un operador de radio. Él es en cierta medida un héroe para los rusos y por eso me pone muy orgulloso que Steven, como director norteameri­cano, le trate tan honorablem­ente en la película.

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AMY SUSSMAN / AP El actor británico Mark Rylance, fotografia­do en Nueva York el pasado mes de octubre

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