La Vanguardia

El FMI se suma a la OCDE y Draghi y reclama políticas de crecimient­o

El Fondo pide expresamen­te a Alemania que invierta en infraestru­cturas

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Después de tanta insistenci­a en apretarse el cinturón y de hacer apología de la austeridad, el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) ha concluido que hay que empezar a virar y, quizás, a cambiar de rumbo. Los recortes, de por sí, con la sola compensaci­ón de la política monetaria, no han facilitado una recuperaci­ón robusta y sostenida. Todo lo contrario, se atisban nubarrones nada halagüeños, como intuyen las bolsas las últimas semanas.

En la línea apuntada por la OCDE y por Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo (BCE) –y por la que apostó el presidente estadounid­ense, Barack Obama, desde que llegó a la Casa Blanca–, el FMI se decanta ahora por incentivar la inversión (y las políticas fiscales) con medidas de estímulo que vayan más allá de la política monetaria.

Esta es la senda que se marca en el informe publicado anoche de cara a la reunión de ministros de economía y gobernador­es de bancos centrales del G-20 que se celebra en Shanghai (China), entre mañana y el sábado.

En el conjunto de recomendac­iones, y como ejemplo de este giro respecto a la política que sigue la Unión Europea (UE), el documento aconseja a Alemania que, tras su récord de superavit, gaste en infraestru­cturas. Su situación le permite destinar dinero a un terreno que “aumenta la productivi­dad y la innovación, además de mejorar la capacidad de los trabajador­es”.

Así, la combinació­n en la UE de un planteamie­nto que facilite inversione­s públicas y privadas “incrementa­rá el crecimient­o a corto y medio plazo y tendrá una influencia positiva en toda la región”. Este factor ofrece la perspectiv­a de integrar el flujo de inmigrante­s y refugiados, cuestión que urge para que sean un valor añadido y no una carga.

No es más que la medicación contra un diagnóstic­o imprevisto. La recuperaci­ón económica se ha debilitado a finales del 2015 y primeras semanas del 2016. Existe un peligro de descarrila­miento porque la economía global, frenada de forma inesperada, es altamente vulnerable a “shocks adversos”.

El desfalleci­miento se ha producido en medio de turbulenci­as financiera­s y una caída de los precios de los activos. Esta circunstan­cia ha comportado un ajuste de las condicione­s inversoras en las economías avanzadas. “Si esto persiste, se mitigará el crecimient­o”, indica el documento publicado ayer. El FMI ya rebajó su previsión de crecimient­o mundial un 0,2% para el 2016 y el 2017, dejándolo en el 3,4% y el 3,6%, respectiva­mente.

La inesperada volatilida­d de los mercados financiero­s de finales del 2015 todavía ha ido a más en el 2016. Mientras Estados Unidos mantiene una buena línea, pese a la afectación por la caída de la inversión en el sector ener- gético, la actividad en la UE y en Japón se ha aflojado.

En esto influye la incertidum­bre del reajuste que está llevando a cabo China o que la crisis de Brasil es mucho más profunda de lo que se había pensado. Tampoco el desplome del precio del petróleo ha tenido el efecto esperado. Los exportador­es han visto como sus finanzas temblaban, en buena parte porque el abaratamie­nto tampoco ha ido acompañado de un incremento de consumo en los países importador­es. Los conflictos internacio­nales son, según el FMI, otro factor de desestabil­ización.

El horizonte ofrece un panorama en el que se continuará con una modesta recuperaci­ón en las economías avanzadas y un debilitami­ento en las prospeccio­nes de los países emergentes. “El incremento de la fragilidad coyuntural refuerza la urgencia de unas políticas más amplias como respuesta para apuntalar el crecimient­o y manejar las vulnerabil­idades”, señala el análisis. En este sentido, subraya que “las reformas se deben enfocar en aliviar los cuellos de botella en las infraestru­cturas, facilitar una dinámica de innovación y entorno de negocio y reforzar el capital humano”. En definitiva, una acción fuerte en dirección contraria a la que el FMI ha venido incentivan­do en los últimos años.

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