Cuando una bolsa es una camiseta
Murtaza es un niño afgano de cinco años que vive con su familia en una pequeña población llamada Gazni, en las afueras de Kabul. El pequeño ve los partidos de fútbol junto a sus hermanos gracias a un televisor que conectan a una batería de coche. Murtaza es de Messi, mientras que el resto de la familia es de Cristiano. Su hermano Homayun, de quince años, le confeccionó con una bolsa de basura blanca la camiseta de Argentina, tras pintarle unas listas azules. Además, le puso el número 10 y el nombre de su ídolo en rotulador. La imagen del niño con su improvisada zamarra, unas botas de goma de su padre y un balón de voleibol en los pies dio la vuelta al mundo cuando alguien la colgó en las redes sociales. El fenómeno se hizo global y la BBC pudo encontrar al pequeño. El FC Barcelona se movilizó y le hizo llegar una equipación blaugrana a través de la federación afgana. La CNN pudo grabarlo con ella, pero con la bolsa de plástico encima. Ahora, el propio Messi le ha enviado a través de Unicef una camiseta original de su selección con una dedicatoria y le ha comunicado que espera conocerle próximamente.
El fútbol es posiblemente el mejor juguete de nuestra vida, porque nos acompaña a lo largo de toda la existencia. Ningún deporte como este para que nos sintamos el niño que un día fuimos. Recordamos alineaciones de nuestro equipo favorito, tenemos grabada la primera vez que fuimos al estadio y guardamos un viejo álbum de cromos de jugadores como el mayor de los tesoros. La emoción del primer partido que presenciamos nos acompaña siempre y lo que sentimos aquel día es parecido a lo que experimentamos en el último encuentro. Un veterano periodista británico (James Lawton) decía que el propósito del fútbol es iluminar el mundo. Cuando uno se entera de la historia de Murtaza, piensa que debe de ser cierto, pues es capaz de alumbrar un momento de felicidad de un niño en un país en guerra.