Irlanda se dirige hacia una división política a la española
El rechazo a las medidas de austeridad presidirá hoy las elecciones
Dos grandes partidos tradicionales que pagan el precio de la corrupción y de la crisis, un gobierno de derechas que va a ser el más votado pero muy lejos de la mayoría absoluta, una oposición que despierta muy poco entusiasmo, una izquierda que sube, auge de nuevos partidos que rompen los equilibrios tradicionales, una aritmética electoral que hace muy difíciles los pactos, presiones del establishment para una gran coalición... Parece el mapa político español, pero, a poco que acierten las encuestas, será también el irlandés una vez efectuado el recuento de votos en las elecciones de hoy viernes.
También hay diferencias, por supuesto, empezando porque la política irlandesa no se basa en el duelo ideológico tradicional de izquierdas y de derechas, sino en las posiciones de cada partido en la guerra civil de hace un siglo: el Fine Gael es heredero de Michael Collins y de quienes apoyaron los pactos con Londres para la partición del país y la separación de los seis condados del Ulster, y el Fianna Fáil es el heredero de Éamon de Valera y quienes consideraron esos acuerdos como una gran traición.
Dueño histórico del poder desde entonces, el Fianna Fáil (un centro transversal amplio, apoyado tanto por los granjeros como por las clases urbanas) fue castigado en las últimas elecciones como responsable de una crisis que obligó a un rescate de la troika por valor de 85.000 millones de euros en condiciones humillantes y draconianas, y por su relación corrupta con banqueros y constructores. Y formó gobierno Enda Kenny, del Fine Gael (centro derecha), con el respaldo del Labour (centroizquierda), en una coalición que aplicó durísimas medidas de austeridad aplaudidas por Berlín y Bruselas, y que han hecho de Irlanda la niña bonita del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y todos los que mostraron el camino para que los pobres pagaran los excesos, avaricia y errores de cálculo de los ricos.
Tras salir de la recesión en el 2013, Irlanda ha protagonizado técnicamente una recuperación estelar. Su economía creció el año pasado un 6,9%, casi tres veces más que la británica. El paro ha bajado del
La economía creció el año pasado casi un 7%, pero las clases obreras no se han beneficiado
El ‘establishment’ ya reclama a los dos grandes partidos una difícil coalición
15% al 8%. Los mercados vuelven a confiar en el país, y la prima de riesgo de los bonos del Tesoro es inferior a la del Reino Unido. Con una mano de obra joven y muy formada, y los impuestos de sociedades más bajos de toda la Unión Europea, recibe tres veces más inversión extranjera que su más poderoso vecino británico.
¿Qué más se puede pedir?, se pregunta el taoiseach (primer ministro) Kenny, que en un debate televisivo perdió los papeles y llamó a sus compatriotas unos desagradecidos.
Kenny está decepcionado porque las encuestas sugieren que el Fine Gael va a ser el partido más votado, pero muy lejos de los 79 escaños que hacen falta en el Dail ( Parlamento) para gozar de una mayoría absoluta. Y que su actual socio de gobierno, el Labour (el partido más antiguo, nacido de los sindicatos antes de la guerra civil), se va a hundir por haber pactado con la derecha y refrendado la austeridad, igual que les pasó a los liberales de- mócratas de Nick Clegg en Gran Bretaña. Los números, si se cumplen los pronósticos, no les van a salir para formar gobierno, porque el Sinn Féin (antiguo brazo político del IRA que se ha convertido en el abanderado de la izquierda) va a doblar su número de escaños, y ha habido una explosión de partidos pequeños y figuras independientes.
En aras de la estabilidad, como en España, el establishment se ha declarado partidario de una “gran coalición” a la alemana, con Kenny
de primer ministro y el apoyo de Micheál Martin, el dirigente del Fianna Fáil, en un gesto que no tendría precedentes en la sangrienta historia del país y enterraría las diferencias atávicas que han enfrentado a ambos partidos desde la guerra civil y el asesinato de Michael Collins. Todo ello, a punto de cumplirse el centenario del levantamiento de Pascua de 1916, que desató los acontecimientos que desembocarían seis años después en la declaración de independencia.
Los votantes son personajes extraños, que parecen haber perdonado antes la corrupción y la gestión espantosa del Fianna Fáil que la austeridad, tal vez porque esta última duele más. Y es que la irlandesa es una recuperación en gran medida virtual, centrada en Dublín, de la que se benefician sólo las clases privilegiadas y medias altas, pero no unas clases trabajadores que han padecido recortes proporcionalmente tres veces más duros que los aplicados por Londres. Quienes han emigrado no han vuelto. Quienes han sido desahuciados, no han recuperado sus propiedades. Los impuestos han subido, pero no han bajado. Los sueldos de los funcionarios han bajado, pero no han subido.
La campaña electoral ha sido criticada como aburrida y carente de inspiración. Pero lo divertido va a empezar ahora, cuando llegue a Irlanda ese intricado juego de coaliciones –o de tronos– que es ya la sensación en España y en Europa.