La Vanguardia

La familia de las aliáceas

- Quim Monzó

Algunos talibanes de las calçotades pusieron mala cara cuando, hace dos años, supieron que una empresa de Mont-roig del Camp comerciali­za packs para que la gente pueda hacerlas en su casa sin necesidad de parrillas ni brasas ni toda la pesca. Cada pack consta de un bote de vidrio con los calçots en conserva, ya cocinados, otro bote (más pequeño) con la salsa, y un babero, porque es sabido que sin babero una calçotada es indigna de este nombre. La empresa se llama Sent la Terra y vende calçots a todo el mundo, empezando por los forasteros que visitan el Alt Camp y, una vez se han atiborrado de cebolletas, no ven la posibilida­d de llevarse más a casa. Porque viven lejos o porque, a pesar de vivir relativame­nte cerca, en casa no tienen las condicione­s necesarias para cocinarlos a partir de cero.

No me queda claro cómo tienen que calentarse una vez los tengas. ¿En el horno? ¿En el microondas? ¿En una sartén? En su página web no lo dejan claro. Pone que son “aptos para el consumo inmediato (directamen­te del bote) o para poder cocinarlos de mil ma- neras diferentes en tu cocina”. Pero, que yo sepa, en las calçotades los calçots no se comen fríos y, si te dedicas a cocinarlos “de mil maneras diferentes”, no será una calçotada. Pronto habrá algunos que añadirán tofu, wasabi y jengibre, se creerán que ya son unos grandes cocineros creativos y no dejarán de dar la paliza a amigos y conocidos.

Nunca he ido a una calçotada porque la imagen de un montón de personas en torno a una mesa, con el babero puesto y alzando el calçot para engullirlo en sentido vertical me desmotiva. Quizá por eso las críticas a estos calçots envasados me parecen fuera de lugar. En pocos años las cebolletas Sent la Terra serán un éxito rotundo. Porque no sólo serán útiles a los que no disponen de brasa hecha de leña y trozos de cepa de viña sino que se podrán consumir en cualquier época del año, preparados en cuestión de minutos. La polémica me recuerda a la que hubo cuando, muchísimas décadas atrás, Conservas Puig decidió enlatar robellones. “¿Habrase visto?”, se exclamaban los seteros puristas. Lo mismo pasó con las conservas de garbanzos, judías, lentejas a la riojana, escudella, callos a la madrileña, caldo gallego... Y, en cambio, ahora todas estas conservas son habituales y nadie las considera un sinsentido. En la historia de nuestro imaginario publicitar­io consta aquel espléndido spot de fabada asturiana Litoral en el que un muchacho va a casa de su abuela –que viste a la rural manera– con algunos amigos. Cuando los vecinos ven que el coche del nieto se acerca por la carretera avisan a la mujer. Como la visita es inesperada y no tiene fabada a punto, la abuela abre unas cuantas latas de Litoral y, creyendo que la ha preparado ella, los pardillos se chupan los dedos: “Abuela, ¡esto está de muerte!”. Pues lo de los calçots, lo mismo. Pero, en este caso, en el spot el nieto tendría que decir: “Iaia, això està pa’ llepa’s los morros!”.

Cada pack consta de un bote con los ‘calçots’ en conserva, otro bote con la salsa y un babero

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