La Vanguardia

El naufragio de Europa

- Pilar Rahola

Entretenid­os en nuestras cosas, no damos mucha importanci­a a lo que está ocurriendo con nuestras otras cosas, si es que Europa se percibe en primera persona del plural. Lo cierto es que Europa agoniza mientras echamos la siesta, en una deriva que sólo puede llevarnos al naufragio. El viejo sueño de la unidad nació después de desangrarn­os durante siglos en una permanente épica de guerra, con el sangrante colofón de los dos grandes totalitari­smos del siglo XX. Pero esa incipiente unidad no nació al albur de los buenos deseos, sino auspiciada por el rotundo argumento del dinero. Fuimos, ante todo, una Europa de mercado, donde el principal interés que proteger era el económico. Lo cual no era necesariam­ente malo, primero porque la economía es la base del bienestar, y segundo porque cualquier embrión puede alumbrar un buen resultado.

Décadas después, no ha sido así. Por supuesto que se han conseguido avances notables, con el euro a la cabeza, y el Parlamento es una realidad innegable. Pero también lo es el juego de intereses cruzados que define a Europa como un puzle de reinos de taifas, donde no hay manera de acunar políticas unidas en

Europa agoniza mientras echamos la siesta, en una deriva que sólo puede llevarnos al naufragio

temas sociales, policiales, derechos civiles... Y cada vez que esa precaria unión se ha enfrentado a un reto social de enorme importanci­a ha fracasado estrepitos­amente. Ahí está, en la memoria negra, la incapacida­d europea para frenar la guerra de los Balcanes, que gritaba su europeidad sin que nadie la escuchara.

No olvidemos que hasta que la OTAN –es decir, los yanquis– aterrizó en el tema no se hizo nada. Y ¿qué decir del atropello de Ucrania por parte de Rusia, cuestión más alejada del eje central europeo pero igualmente propia? Y en el presente, ahí está la grave crisis de los refugiados, ante la cual Europa no es capaz de tomar una sola decisión unitaria. Miles de personas que huyen de una guerra feroz, dándose de bruces ante el muro de cristal que ha construido la ideal Europa. Somos lo que somos, una unidad de sumas que nunca sumamos cuando nos apela una tragedia humana. Y ese vivir en una unidad precaria y sin fundamento­s éticos nos ha conducido a la situación actual.

Hoy Europa es un león con heridas por todo el cuerpo. Por un lado está el enorme lío británico, tan letal si la escurridiz­a Albión se queda en la Unión con las condicione­s asfixiante­s que plantea, como si se marcha. Por el otro, la carrera por quitarse a los refugiados de encima que están protagoniz­ando diversos países, a cual más indigno. Por el otro, la divisoria entre el norte y el sur, con sus miserias y grandezas a ambos lados. Y en medio Alemania, quizás el país más serio de todo el entuerto, pero cuyos intereses siempre se sobreponen a los intereses globales. Para rematar, la crisis de identidad, el crecimient­o de los populismos, la desconfian­za con la política… ¿Hacia dónde va Europa? Puede que no vaya hacia ningún lugar.

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