Beneficios de mover muebles
En casa, cambiamos los muebles de sitio cada dos por tres. En ocasiones extremas, hasta varias veces al día. Empezamos a hacerlo porque alguien dijo que había leído que es bueno modificar a menudo el entorno, para renovar la mirada, desatascar deseos, escapar del ostracismo y hasta de la cerrazón. No le vimos más que ventajas. En realidad, la cosa se refería a cambiar de domicilio, incluso de país, cada cierto tiempo, para provocar en nuestros cerebros atrofiados la necesidad de adaptarse a un medio desconocido. Habrán oído hablar del asunto. Es una especie de técnica casera de rejuvenecimiento encefálico. Espabilar, por necesidad, nuestras neuronas amodorradas; provocar un esfuerzo inevitable al tener que relacionarnos con personas extrañas, o simplemente fijarnos por narices en el nuevo camino hacia la panadería para no perderse por ahí.
Ante la imposibilidad técnica de mudarnos a otra ciudad, decidimos apañárnoslas con lo que teníamos a mano. Dicho y hecho, pusimos el sofá en el lugar de la mesa, la mesa en el del piano y el piano en la cocina. Y el efecto revitalizante fue instantáneo. Nos sentimos tan repentinamente despejados que ya no pudimos parar de mover muebles. Hoy es un auténtico vicio. Una rara alegría se apodera de nosotros cada vez que alguien juguetea con los trastos, sorprendiéndonos en la aventura de un espacio ignoto, abierto a posibilidades salvajes.
Para no dejar de mejorar y profundizar en este campo, no hemos tardado en descubrir las ventajas de intercambiar también nuestros sitios en la mesa familiar. Esté la mesa donde esté, que nunca se sabe. Sólo tener a la derecha al familiar que tenías a la izquierda, y viceversa, se hace notar. Con un ligero intercambio de sillas, las rencillas de toda la vida cobran una picazón renovada y refrescante. Las confabulaciones revolotean con un aire imprevisible, las líneas rojas reverdecen. Ver de frente lo que antes veías a un lado provoca mutaciones innovadoras en tu percepción de los demás, pero también de ti mismo. Misteriosamente, con este leve cambio en el paisaje humano, las férreas certezas se difuminan, los principios se esponjan. Como si la mera ubicación en el espacio tuviera sus propias leyes sensibles; los roles se retuercen, nadie sabe quién es nadie, y nada se da ya por hecho. Es excitante incluso verse obligado a modificar el número de pasos que lleva hasta el cuarto de baño. Se trata, en fin, de volver a pensar. Así, estos días, en vilo, frente o junto al televisor, no dejamos de soñar con los frutos inauditos que podría ofrecernos un buen cambio de sillones en el Parlamento.