La Vanguardia

Beneficios de mover muebles

- Clara Sanchis Mira

En casa, cambiamos los muebles de sitio cada dos por tres. En ocasiones extremas, hasta varias veces al día. Empezamos a hacerlo porque alguien dijo que había leído que es bueno modificar a menudo el entorno, para renovar la mirada, desatascar deseos, escapar del ostracismo y hasta de la cerrazón. No le vimos más que ventajas. En realidad, la cosa se refería a cambiar de domicilio, incluso de país, cada cierto tiempo, para provocar en nuestros cerebros atrofiados la necesidad de adaptarse a un medio desconocid­o. Habrán oído hablar del asunto. Es una especie de técnica casera de rejuveneci­miento encefálico. Espabilar, por necesidad, nuestras neuronas amodorrada­s; provocar un esfuerzo inevitable al tener que relacionar­nos con personas extrañas, o simplement­e fijarnos por narices en el nuevo camino hacia la panadería para no perderse por ahí.

Ante la imposibili­dad técnica de mudarnos a otra ciudad, decidimos apañárnosl­as con lo que teníamos a mano. Dicho y hecho, pusimos el sofá en el lugar de la mesa, la mesa en el del piano y el piano en la cocina. Y el efecto revitaliza­nte fue instantáne­o. Nos sentimos tan repentinam­ente despejados que ya no pudimos parar de mover muebles. Hoy es un auténtico vicio. Una rara alegría se apodera de nosotros cada vez que alguien juguetea con los trastos, sorprendié­ndonos en la aventura de un espacio ignoto, abierto a posibilida­des salvajes.

Para no dejar de mejorar y profundiza­r en este campo, no hemos tardado en descubrir las ventajas de intercambi­ar también nuestros sitios en la mesa familiar. Esté la mesa donde esté, que nunca se sabe. Sólo tener a la derecha al familiar que tenías a la izquierda, y viceversa, se hace notar. Con un ligero intercambi­o de sillas, las rencillas de toda la vida cobran una picazón renovada y refrescant­e. Las confabulac­iones revolotean con un aire imprevisib­le, las líneas rojas reverdecen. Ver de frente lo que antes veías a un lado provoca mutaciones innovadora­s en tu percepción de los demás, pero también de ti mismo. Misteriosa­mente, con este leve cambio en el paisaje humano, las férreas certezas se difuminan, los principios se esponjan. Como si la mera ubicación en el espacio tuviera sus propias leyes sensibles; los roles se retuercen, nadie sabe quién es nadie, y nada se da ya por hecho. Es excitante incluso verse obligado a modificar el número de pasos que lleva hasta el cuarto de baño. Se trata, en fin, de volver a pensar. Así, estos días, en vilo, frente o junto al televisor, no dejamos de soñar con los frutos inauditos que podría ofrecernos un buen cambio de sillones en el Parlamento.

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