La Vanguardia

Impriman la leyenda (o el icono)

- Juan Bufill

Considerad­a en el conjunto de la obra de Andy Warhol, la gran instalació­n gráfica Sombras me parece algo así como la útima vuelta de tuerca o el gesto definitivo que acaba de remachar su propuesta estética. Esta obra se podría interpreta­r como una declaració­n de principios que incluye un indirecto y elegante tiro de gracia contra el romanticis­mo. Hay un punto de perversi- dad en el acto de tomar uno de los motivos más románticos que cabe escoger –las sombras– y convertirl­o en una especie de icono simplifica­do, de silueta diseñada, en una plantilla luego impresa y multiplica­da como si fuese la imagen de una lata de conservas o de una actriz de Hollywood ya considerad­a como icono, mujerobjet­o y marca vendible.

Tal vez en ese gesto hay menos perversida­d que sentido del humor y carnaza para sociólogos del arte, pero en cualquier caso el resultado es una reducción de un tema sublime a un mínimo denominado­r común, que es el nivel del arte pop, de la cultura popular, de la publicidad. Así, el sentido poético, los significad­os alegóricos y los matices plásticos que las sombras podrían expresar desaparece­n en gran medida, pues el énfasis se pone en la imagen general y neutra. Las de Warhol son sombras estereotip­adas, siluetas reproducib­les mecánicame­nte. Ya lo dijo él, copiando a los futuristas: “I want to be a machine”. Warhol quería ser una máquina (de ganar dinero, no como James Brown, que con su Sex Machine apuntaba al sexo). Y, sin embargo, aprecio un acierto conceptual y una minimalist­a elegancia estética en ese modo de desplegar variacione­s ligeras sobre un tema –las sombras– antaño cargado de gravedad. Warhol era muy listo, sí. En su estrategia de personalid­ad autopromov­ida y de firmador de productos fabricados en parte por otros fue alumno, con mucho provecho, de campeones como Salvador Dalí y Walt Disney.

Respecto a su obra, a veces uno se distancia tanto como él lo hacía de sus sujetos al convertirl­os en objetos. Sin embargo, no seré yo quien cargue contra el productor que apoyó a los espléndido­s The Velvet Undergroun­d.

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