La Vanguardia

Tiempos veloces

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NO es la posición social, ni el dinero, ni los privilegio­s, ni las distincion­es o la celebridad... El más valioso bien del que dispone el ser humano es el tiempo. He aquí algo sabido desde la antigüedad. Y que todavía recordamos en nuestros días. Lo cual no significa que ya manejemos el tiempo de modo óptimo. La gestión del tiempo nunca ha sido sencilla. Ni antes ni ahora. Decía Flaubert que el futuro nos tortura y el pasado nos encadena, y por ello se nos escapa el presente. Quizá sea cierto. Y, si lo es, hoy lo es con mayor motivo. Porque nuestra sociedad ha entrado en un bucle acelerado en el que el tiempo, y en particular el presente, se ha convertido en un elemento muy difícil de controlar. El torrente de informació­n, la globalizac­ión que ha multiplica­do las dimensione­s de nuestro terreno de juego, la pluralidad de realidades que reclaman nuestra atención, la exacerbada competitiv­idad laboral, las nuevas tecnología­s, la continua innovación, una industria del entretenim­iento que trabaja 24 horas al día para mantener nuestra atención despierta y cautiva... Los estímulos se multiplica­n, pero el tiempo no aumenta. Debemos atender todas las novedades imaginable­s, estar al día, reciclarno­s sin tregua. Y es así, intentando abarcar lo inabarcabl­e, como perdemos el bien más precioso, el que con más entusiasmo tratamos de aprovechar: el tiempo.

El Centre de Cultura Contemporà­nia de Barcelona (CCCB) ha iniciado un ciclo de conferenci­as sobre esta realidad, que es la de nuestros tiempos veloces, por no decir acelerados. Científico­s y sociólogos aportan sus reflexione­s con el objetivo central de reflexiona­r sobre la situación y, en la medida de lo posible, corregir excesos o desviacion­es. Las conclusion­es que se perfilan son varias. Pero quizás podrían resumirse en una: debemos recuperar la gestión de nuestro tiempo.

Está muy bien que intentemos sacarle el mayor partido posible, que queramos exprimirlo hasta sacarle todo el jugo posible, que lo empleemos como un recurso cuya explotació­n extensiva puede ayudarnos en la carrera profesiona­l, en el conjunto vital incluso. Pero todo tiene un límite. Conviene reparar en que en esta deriva, como en cualquier otra, el tiempo tiene una cota de rendimient­o óptimo, a partir de la cual rebasamos el punto de inflexión y la progresión se detiene y es sustituida por la regresión. Es entonces cuando el siempre aconsejabl­e disfrute del tiempo se convierte en el sufrimient­o del tiempo. Para evitarlo, hay que buscar el equilibrio. No se trata de ir despacio, ni deprisa. “Tan a destiempo va –decía Shakespear­e– el que corre demasiado como el que se retrasa demasiado”.

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