El derecho a aburrirse
EL Centre de Cultura Contemporània de Barcelona ha iniciado un ciclo de conferencias con filósofos y sociólogos para analizar las causas y las consecuencias de una sociedad hiperacelerada. El tiempo vuela, pero en esta hora más que nunca por culpa de la pluralidad de exigencias de la sociedad actual. Al final del día nos sentimos a menudo culpables porque no hemos llegado a todas partes, no hemos alcanzado todas las expectativas. Las tecnologías no nos liberan, sino que a menudo nos estresan: “Ya no corremos para llegar a algún sitio, sino para no quedar atrás”, ha alertado el alemán Hartmut Rosa.
Josep Pla, que escribió a lo largo de su vida bastantes artículos sobre el paso de los días, redactó una columna en 1947 que podría figurar en los tratados de los movimientos slow (despacio), que intentan que seamos soberanos de nuestro tiempo y que aprendamos a decidir sobre él. Se titula “El derecho a aburrirse” y defiende que no se pierde el tiempo matándolo: “El aburrimiento es un producto, una conse- cuencia. Es la consecuencia de los peligros evitados, de dolores consolados, de las desgracias amortiguadas. Y aceptado que esto es a la único que podemos aspirar como mejor en la vida, hemos de entender que esta es la máxima felicidad que podemos concebir”. Y niega rotundamente que el ideal sea vivir peligrosamente, tener una audacia infinita y poseer una gran insensatez, porque eso nos lleva a la angustia y al desatino. Pla era un conservador, pero en sus palabras anida la sabia idea de saber manejar el tiempo, para que el tiempo no nos maneje a nosotros. A menudo, escuchando a Mariano Rajoy, uno descubre a un lector de Pla que ha conseguido sus mayores éxitos sin moverse. Es una forma no sólo de gobierno colectivo, sino de felicidad personal . El problema es si nuestra sociedad entiende que hay que ir despacio para conservarlo todo o si prefiere apretar el acelerador para ver si consigue darle la vuelta a la tortilla.