El precio de la salud
Marta Príncep recuerda que el coste de los medicamentos debe hacer frente a una elevada tasa de fracaso durante el proceso de investigación: “La buena ciencia es –además de costosa– un trabajo de equipo, que va de la traslación de resultados académicos a pequeñas empresas, y de estas a otras con capacidad productiva y de distribución. Todos formamos parte del sistema de innovación que posibilita que un nuevo medicamento llegue al paciente”.
El consenso social nos dice que el sistema sanitario debe controlar sus costes e incrementar su sostenibilidad. La industria biofarmacéutica –como parte del sistema– debe contribuir a ello. Pero a menudo parece que esta es la primera y única opción de los legisladores para controlar el gasto sanitario. Incluso la reacción popular es cicatera con los medicamentos. Pagamos con normalidad tres euros por una caja de chicles, pero los uno o dos euros que cuestan algunos genéricos producen malas caras, cuando no aspavientos.
La buena ciencia es –además de costosa– un trabajo de equipo, que va de la traslación de resultados académicos a pequeñas empresas, y de estas a otras con capacidad productiva y de distribución. Todos formamos parte del sistema de innovación que posibilita que un nuevo medicamento llegue al paciente.
El sector biofarmacéutico soporta una tasa de fracaso superior al 90%. Sólo una de cada 10.000 moléculas estudiadas llega a convertirse en un fármaco que –con su comercialización– debe cubrir todos los costes de riesgos y fallos anteriores, además de inversiones futuras.
Y esto en un sector con unos fuertes niveles de control y regulación, lo que aúna el riesgo inherente a su actividad con las dificultades de acceso al mercado. En cinco años ha habido seis modificaciones de reales decretos que regulaban aspectos de los precios de medicamentos con la excusa de la crisis, lo que ha ralentizado el flujo de la innovación por ambos extremos, tanto en la academia como en la industria.
Me pregunto si algún partido se va a tomar en serio la inversión en ciencia y la creación de un marco legislativo estable que permita trabajar a largo plazo a este sistema de innovación que crea riqueza para la sociedad. Como ciudadanos responsables deberíamos exigir que estos temas consten en las agendas políticas, sin banalizar con demagogia los esfuerzos de este potente sector industrial.
Tal vez en el pasado, desde el sector biofarmacéutico no se ha sabido explicar a la sociedad sus logros. Esto está cambiando y, según las últimas encuestas, las profesiones científicas son de las más valoradas por la sociedad. Es un pequeño paso para valorar nuestro trabajo y su coste.
Lo recordaba el empresario Víctor Grífols: “Una caja de antibióticos cuesta menos que un cubalibre. Y con los antibióticos se salvan vidas”.