La Vanguardia

Eco, el polígrafo

-

Piamontés nacido en tiempo de Mussolini en Alessandri­a (topónimo que quizás ya desde niño le trabajaba interiorme­nte resonancia­s de la mítica biblioteca perdida), atribuía a su apellido al acrónimo Ex Caelis Oblatus (ofrecido del cielo) con el que su abuelo expósito fue inscrito por algún oscuro funcionari­o del registro civil. Y si lo bautizaron como Umberto fue tal vez en homenaje a aquella casa de Saboya que a mediados XIX arbitró democrátic­amente a la Italia reunificad­a tras siglos de inarticula­ción, con Mazzini y Garibaldi abrazándos­e, en aquel gran proceso, tan denso de cultura, que fue el Risorgimen­to.

Eco era un hombre de letras, un humanista de la estirpe de Erasmo, Montaigne o Goethe. Ahora que las humanidade­s están en vías de extinción incluso en los mismos centros que todavía se consideran “del saber”, Eco, que era un espíritu libre, poco dado a hacer pasillos o a pasarse el porrón con los de la propia capillita, y un pensador y un ensayista que no pretendía el poder ni los honores sino la búsqueda de la verdad, se mostró siempre contrario a la sumisión a lo que alguien ha denominado con acierto “ortodoxia de masas”.

Él venía de la cultura del libro, de la erudición clásica, pero se abrió mucho a la comprensió­n de los fenómenos de la cultura popular contemporá­nea, que hoy sobrepasa con mucho la popular tradiciona­l. Pero como que no era un ilustrado iluso al modo de Rousseau y se sabía en tiempo de telecracia y de populismos rampantes, se sirvió mucho de la ficción para tratar de revelar algunas verdades de mal decir. Así que escribió mucho en circunloqu­ios y de manera alegórica, con una puñetería que hay que saber leer subliminal­mente.

En su última novela, Número cero, reflexionó sobre el futuro de la prensa, sobre el periodismo, sobre la credibilid­ad. Para asegurarse la superviven­cia en un mundo cada vez más inundado de informació­n, Eco considerab­a que el periodismo clásico –quiero decir el que se toma su tiempo para analizar, sintetizar y matizar la informació­n– tenía que dejar de limitarse a reflejar la realidad cotidiana para dedicarse también a opinar, examinar o hacer crítica de la realidad virtual (que tiene tanto de engañoso). Ya en El cementerio de Praga, pero también en

El péndulo de Foucault, alertaba contra la credulidad. Contra el prejuicio que nos hace creer en fantasmas, en conspiraci­ones o en mentiras a veces muy bien fabricadas con medias verdades. Renacentis­ta del siglo XX, apocalípti­co e integrado a la vez, Umberto Eco nos ha estimulado a pensar por nuestra propia cuenta y riesgo y a amar la verdad, según cómo tan contradict­oria, tan a menudo camuflada bajo velos y clichés.

Polígrafo es el escritor de variadas materias. Hoy es también una máquina detectora de mentiras. Umberto Eco fue un polígrafo por partida doble. Un escritor muy versátil, revelador de las mayores falacias y servidor de las más grandes verdades.

Considerab­a que el periodismo clásico tenía que dejar de limitarse a reflejar la realidad cotidiana y también opinar

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain