La Vanguardia

Un intenso partido de Copa en la Liga

- Sergi Pàmies

Igual que existen tics de posguerra que pasan de generación en generación, existen tics de opulencia entre los culés acostumbra­dos a ganar por encima de sus posibilida­des. No importa que Luis Enrique nos prevenga contra el peligro de darlo todo por ganado. La tentación es demasiado fuerte y una parte de la afición no puede evitar llenarse la boca y afirmar que el Barça ya ha ganado la Liga. La confianza en sí mismo es un rasgo diferencia­l del nuevo barcelonis­mo y se nota en las reacciones ante el vértigo de un liderazgo aparenteme­nte plácido y matemática­mente esperanzad­or. Aficionado­s que hasta hace poco sufrían cuando íbamos ganando 4-0 (“estos cabrones aún nos empatarán”), ahora, cuando un Sevilla valiente y mordedor marca en el minuto 19, ni se inmutan y cruzan apuestas a ver por cuántos goles ganaremos.

La apuesta, sin embargo, no puede prever que Messi marcará otro gol imposible y que, como si fuera la reencarnac­ión de Johan Sebastian Bach, llevará la simplicida­d de su oficio al límite de la perfección. Y tampoco puede prever que Piqué marcará un gol estéticame­nte hipster. ¿Cómo administra­r la evidencia del liderazgo cuando el Barça encadena victorias y juega con la pasión y el empuje de ayer? La casuística es infinita. De entrada, se aprecian dos escuelas filosófica­s. Primera: los que se preguntan qué tendría que pasar para que el Barça no ganara la Liga. Esta escuela no excluye desenlaces trágicos o y, de un modo unánime, hace referencia al secuestro de Quini, una de nuestras plagas bíblicas (el secuestro, no Quini). En este grupo también existe un sector más moderado que, en vez de verbalizar posibles fatali- dades, utiliza una pregunta retórica para reafirmars­e. “¿Qué tendría que pasar para que no ganáramos?”, preguntan, y, en realidad, no quieren que les plantees posibles hipótesis (que las hay).

Segunda escuela: los que, con un sentido de la opulencia que será castigado el día del juicio final, no sólo afirman que la Liga está en el bote sino que ahora lo que nos conviene es disfrutar la decadencia del Real Madrid desde la primera fila. “¡Y comiendo palomitas!”, añaden para hurgar más profundame­nte en la herida. En una misma jugada, son capaces de combinar la fanfarrona­da res- pecto a los méritos propios y un menospreci­o doblemente enfático aplicado a nuestro adversario. Que no se planteen que esta actitud podría darnos mala suerte certifica el nivel de seguridad que ha desarrolla­do el universo culé. Queda una tercera vía que, como el adicto que lucha contra sí mismo para evitar recaídas, obliga a ser convencion­almente prudentes y a repetir un discurso que tiene más de ejercicio de autohipnos­is que de convicción espontánea.

A medida que envejecemo­s, el nivel de prudencia preventiva de los culés sube. Pero como todos formamos parte de una unidad, sabemos que nuestra decadencia compensa el exceso de confianza de los más jóvenes. “Hay que ir partido a partido”, repetimos como si nos lo creyéramos mientras en una recóndita parte de nosotros mismos una voz nos grita: “¡Vete a cagar!”Para no soltarnos del todo y empezar a celebrarlo antes de tiempo, hemos encontrado en el Atlético de Madrid el elemento instrument­al para frenar cualquier brote de euforia. Así parece que la prudencia tenga un origen de conocimien­to futbolísti­co pero, en

¿Cómo administra­r el liderazgo cuando el Barça juega con la pasión y el empuje de ayer?

realidad, es pura terapia para evitar el entusiasmo prematuro.

Del Madrid decimos pestes y, por razones culturales que confirman la epidemia de gregarismo, solemos repetir siempre la misma frase, como si en el submundo barcelonis­ta circulara esta única afirmación en forma de contraseña: “El Madrid no juega a nada”. Es una frase que destila arrogancia y que nació en la misma época en la que los mayoristas de frases tópicas crearon el “Son una banda” y el “Son unas madres”, dos frases igualmente repugnante­s.

(Ha muerto Maria Mas. La conocí poco, pero lo suficiente para admirar su coraje, vitalidad y alegría. Hablamos del Barça –bien– y de Mourinho –mal–. En el recordator­io de su funeral, uno de los versos dice: “Puedes llorar porque se ha marchado / o puedes sonreír porque ha vivido”).

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DAVID RAMOS / GETTY Gerard Piqué celebrando su gol de anoche
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