Recordando a los layetanos
Los primeros habitantes del llano de Barcelona fueron los layetanos, un pueblo íbero que se dedicaba a la caza, a la pesca y a la agricultura. Vivían en casas de piedra y trabajaban mejor el bronce y el hierro que la cerámica. Los historiadores aseguran que eran capaces de elaborar vinos aceptables hace dos mil cuatrocientos años. Esos antecesores han quedado inmortalizados en una avenida de la capital catalana que seguramente es una de sus calles más inhóspitas: la Via Laietana.
Ildefons Cerdà planificó en 1859 una arteria para comunicar el Eixample y el puerto, pero no fue hasta el cambio de siglo cuando se impulsó la ejecución de una amplia avenida que comportaba el derribo de 2.199 casas, incluidos algunos palacios medievales. Más de 10.000 personas fueron desplazadas a otros puntos de Barcelona para abrir una calle de 80 metros de ancho y 900 de largo. Hubo protestas de vecinos y de artistas ilustres, que fueron reprimidas sin contemplaciones. La obra supuso una herida en el casco antiguo de la ciu- dad, pero al mismo tiempo comportó no sólo mejorar la circulación, sino también la salubridad de la zona, además de hacer visibles las murallas romanas y el patrimonio gótico.
La Via Laietana es hoy una avenida de aceras estrechas, sin un solo árbol, con un mobiliario degradado y alta contaminación. Es más una frontera entre el Barri Gòtic y los barrios de Sant Pere, Santa Caterina y la Ribera que un nexo de unión. Los comerciantes de la Via Laietana quieren que, como se ha hecho en la Diagonal, la Gran Via, Balmes o Aragó, recupere su condición de paseo, sin expulsar al tráfico. El Consistorio no tiene entre sus prioridades la Via Laietana, pero con un coste asumible se podría convertir una avenida hostil en una calle agradable. Si Plinio el Viejo dedicó su tiempo a los layetanos en su Historia natural, Colau podría destinar una parte del suyo a sus descendientes , que sólo pretenden una ciudad más habitable.