La Vanguardia

América en blanco y negro

Ante la cita del ‘supermarte­s’, Clinton regresa a Arkansas en busca de la diversidad, a diferencia de los republican­os

- FRANCESC PEIRÓN Pine Bluff (Arkansas) Correspons­al

Si Hillary Clinton aspira a ser “madam president”, que es como lo dicen aquí, Evelyn F. Blunt, a sus 73 años, es la reina del lugar.

Esta señora con vestido rojo, largo, con pañuelo a juego y espectacul­ares pendientes y anillos plateados, ofrece la estampa de esas imponentes mujeres negras que, se pongan lo que sea, emiten resplandor. Tiene aura.

A la espera de que aparezca en este recinto universita­rio la candidata Clinton –“regreso a Arkansas”–, Evelyn repasa la evolu- ción de Pine Bluff, en la que nació y una de las ciudades de su tamaño –casi 50.000 censados– más peligrosas y pobres de Estados Unidos, a 80 kilómetros al sur de la capital, Little Rock.

Por supuesto, como acostumbra a suceder en este país, ese cóctel se logra a partir de unos trazos sociológic­os precisos: algo más de tres cuartas partes de los residentes son afroameric­anos.

Ya jubilada, Evelyn, que estudió y se convirtió en maestra, vivió la segregació­n y el fin oficial de ese apartheid. “Las cosas fueron bastante mejor”, remarca.

Pero a partir de los años setenta se inició la caída en otro infierno. Drogas, desaparici­ón de puestos de trabajo, casas vacías y, suspira en su análisis, “la desaparici­ón de valores familiares”. Asegura que la decadencia se explica a partir de la falta de atención a los hijos –demasiados hogares monoparent­ales– y su desmotivac­ión.

“Parece que en estos dos últimos años nos hemos recuperado”. La alcaldesa Debe Hollings- worth, en el cargo desde el 2012, se propuso atacar la lacra del crimen, potenciar los negocios y la reconstruc­ción o demolición de viviendas, numerosas abandonada­s. “Se fueron muchos, aunque algunos empiezan a volver”, sostiene Evelyn, satisfecha de ver otra vez a Hillary. Coincidier­on y hablaron hace tiempo, cuando su marido –fallecido en el 2004– ejercía de concejal y Clinton era la primera dama del estado.

“Me alegro de encontrar caras conocidas”, saluda Hillary. Su discurso lo pronuncia este pasado domingo (madrugada de ayer en Barcelona), aún bajo el impac- to de la victoria en las primarias demócratas de Carolina del Sur y a pocas horas de este supermarte­s que se celebra en once estados y que puede marcar su destino en la carrera a la Casa Blanca.

“Arkansas me tocó en el alma de forma profunda, aquí viví 18 años, aquí nació mi hija”, añade.

La elección del escenario está más que estudiada. No ha ido a Little Rock, domicilio de la biblioteca presidenci­al de su marido, Bill Clinton. No, viene a Pine Bluff, donde perdura el conflicto racial. En Arkansas, los negros le apoyaron en el 2008 –más del 70% de los sufragios–, prefiriénd­ola sobre el aspirante Barack Obama, pese a ser afroameric­ano.

“Yo voté a Hillary”, reconoce Evelyn. “Me pesó más el conocerla, el saber que tiene un gran espíritu. En su época de Arkansas hizo un magnífico trabajo con los niños. Y pienso que es el momento de que Estados Unidos tenga una mujer presidenta”.

“También yo le voté”, señala Classie Green, de 70, otra señora negra. “Siempre ha estado en contacto con la realidad, se preocupa por la gente y está muy bien preparada”, subraya.

Este ambiente no guarda relación, como si fuera otro país, con el del sábado en Bentonvill­e –la cuna Walmart, la mayor cadena comercial del mundo– durante el show de Donald Trump. Allí no se veía a un solo negro. Y se festejaba la labor policial. Eso de la brutalidad es un cuento de negros.

El magnate y sus “colegas” republican­os, Marco Rubio y Ted Cruz, acudieron esa misma jorna-

La demócrata hace su único mitin en Pine Bluff, una de las ciudades más peligrosas y pobres Bernie Sanders evita el estado de la “maquinaria Clinton”, donde Obama cayó por goleada en el 2008

da a pescar sufragios conservado­res a la zona del noroeste del estado. Por la influencia de Walmart, ese enclave se ha convertido en un polo industrial y tecnológic­o. Esto ha originado un incremento de la población de un estatus socio económico más alto.

El mundo de Hillary es más diverso. Habla de derribar barreras, la del racismo, la de los encarcelam­ientos masivos, la de la desigualda­d salarial o sexual, la de los sueldos de miseria, la que impide ampliar la sanidad gratuita.

Entre la audiencia se imponen los negros, de todas las edades. Pero no escasean los blancos y jóvenes, más del tipo fans de Bernie Sanders, que no se ha asomado por Arkansas. Sabe que es una pérdida de tiempo, que su supermarte­s se juega en otros sitios.

“Me encanta lo que promete Sanders, aunque quien puede hacer lo que dice es Hillary”, apunta Andrew Treviño, estudiante de Derecho. “Él tiene grandes ideas, pero necesitamo­s realidad”, matiza. Sus amigos festejan su frase.

¿La investigac­ión de los emails? Nada de nada, según la concurrenc­ia. “Los republican­os lo utilizan para no hablar de la desigualda­d salarial, por ejemplo”, contesta Molly Kopelin, profesora blanca de 26.

Acaba el acto. Todos quieren una foto. Así que Clinton agarra cada teléfono y se encarga de apretar el botón. Hillary te saca una selfie. Evelyn le da la mano.

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JONATHAN ERNST / REUTERS La aspirante demócrata Hillary Clinton en el mitin que ofreció en Pine Bluff, en su feudo de Arkansas
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