El cuadro de Genovés
Hay un cuadro que está saliendo mucho en los periódicos y en los noticiarios de televisión después de pasar un montón de años en el cuarto oscuro. Estamos hablando de El abrazo, de Juan Genovés, considerado uno de los símbolos pictóricos de la transición. El lienzo se exhibe desde hace tres meses en el Congreso de los Diputados después de haber permanecido varias décadas en los depósitos del Centro de Arte Reina Sofía. Treinta años de oscuridad. Ahora hay bofetadas por retratarse junto a la pintura reencontrada.
Pedro Sánchez y Albert Rivera eligieron El abrazo como telón de fondo de su primera comparecencia pública –por separado– para anunciar las bases del acuerdo programático entre el PSOE y Ciudadanos. El grupo negociador socialista se fotografió al completo frente a la obra de Genovés. Lo propio hizo el equipo de Ciudadanos. Estaban encantados. En Madrid ya hay quien propone que el acuerdo para el Gran Centro pase a denominarse el Pacto del Abrazo. La idea es del periodista Pedro J. Ramírez, buen fabricante de titulares.
Juan Genovés (Valencia, 1930) pintó el cuadro unos me- ses después de la muerte del general Franco, invocando la reconciliación entre los españoles. Hijo de familia republicana y buen conocedor de las penalidades de la posguerra, el autor es un hombre hecho a sí mismo. Su pasión por el arte despertó entre estufas de carbón y cartillas de racionamiento. Comenzó decorando muebles infantiles y a los treinta y tantos años ya exponía en la Bienal de Venecia. Poco a poco se hizo un hueco en Madrid y en los ambientes intelectuales antifranquistas, de la mano del crítico José María Moreno Galván. Realismo so- cial. Compromiso político. Cuando en 1976 pinta El abrazo ya forma parte del círculo de artistas del Partido Comunista de España. El cuadro ilustró un cartel de la Junta Democrática (primer organismo unitario de la oposición española) en favor de la amnistía y Genovés fue detenido por ello. Años después, El abrazo inspiró el monumento que recuerda el asesinato de los abogados laboralistas del PCE en un despacho de la calle Atocha de Madrid, en enero de 1977. La actual alcaldesa Manuel Carmena salvó la vida de milagro en aquel atentado, cometido por un grupo de sindicalistas ultras, muy bien armados. La matanza de Atocha fue uno de los avisos que pautaron y condicionaron la transición.
Comprado por un coleccionista de Chicago, El abrazo fue recuperado por el Estado español a iniciativa del Gobierno de Adolfo Suárez. Pasó a formar parte del fondo del Reina Sofía, pero alguien decidió mandarlo al almacén. Allí permaneció durante treinta años hasta que Iz- quierda Unida propuso su exhibición en el Congreso con motivo del 35.º aniversario de los asesinatos de Atocha.
Llegó al Parlamento el pasado 7 de enero con los resultados electorales aún calientes. Y ahora nadie se explica como esa obra pudo estar tantos años encerrada en un sótano. Ha regresado a la luz en el momento oportuno. El abrazo preside estas semanas la complejidad española. La complejidad y la paradoja. El cuadro anima al acuerdo, estimula pactos e inspira centrismos. Y su autor se declara favorable a Podemos.
La pintura que estos días simboliza la necesidad de acuerdos permaneció treinta años en un sótano