El desalojo de ‘la jungla’
LA policía francesa empezó a desmantelar ayer, previa orden judicial, un sector al sur del mayor campamento de refugiados de Calais, denominado la jungla, que acoge entre mil y tres mil inmigrantes, según las fuentes, procedentes de diversos países de África, Asia y Oriente Medio. El objetivo de esta acción es rebajar la tensión en una zona dominada por el Frente Nacional de Le Pen y trasladar a los desalojados a otros campos del entorno de Calais o a otros departamentos del país.
La jungla es una muestra más de la incapacidad de las autoridades europeas para resolver el grave problema de los refugiados. Esas bases campamentales, muchas de ellas asistidas únicamente por oenegés, en su mayoría británicas, y desde las que los inmigrantes tratan de llegar –por diversos medios– al Reino Unido, tienen más de quince años de existencia, desde que empezó la oleada de inmigrantes a Europa.
Pero la agudización del fenómeno inmigratorio, en la primavera y el verano del año 2015, ha multiplicado el problema y la tensión en la zona, donde al mismo tiempo que han proliferado las organizaciones humanitarias han proliferado también los movimientos antiinmigrantes que, como Salvemos Calais o Calesianos en Cólera, presionan a las autoridades para que devuelvan a los refugiados a sus países.
La jungla de Calais es un abigarrado conjunto de viviendas insalubres, construidas con madera y plástico, que en otoño se convierte en un barrizal debido a las lluvias y humedad atlántica, y donde reina la tensión entre sus moradores, que esperan el momento para superar el canal de la Mancha, y en el que las escaramuzas con las fuerzas del orden y los conflictos con los ve- cinos franceses, que los quieren lejos de sus viviendas, son cotidianas. Rodeados permanentemente por las fuerzas de seguridad, los inmigrantes, entre los que se cuentan casi medio millar de menores sin acompañantes, sobreviven en unas condiciones de penuria extrema.
Con el desalojo parcial de la jungla, París pretende poner fin a una situación crítica en Calais, ofreciendo a sus moradores alojamiento en caravanas o contenedores con calefacción. Pero la medida es un parche que sólo logrará desviar la tensión hacia otras zonas del país, mientras las autoridades europeas se hallan divididas, como se demostró en la última cumbre celebrada en Bruselas el pasado 23 de diciembre. La situación en Calais es un problema que exige coraje político y capacidad de decisión, dos virtudes de las que, hoy por hoy, no gozan los líderes europeos.
Por eso la situación se repite en Turquía y en Grecia. No sólo el canal de la Mancha está cerrado para los emigrantes. Miles de personas se amontonan en la frontera griega con Macedonia y ayer trataron de forzar una valla en un intento desesperado de proseguir su camino hacia Alemania. La policía macedonia usó gases lacrimógenos para dispersarlos. Es otra muestra de la situación de caos que se vive en los Balcanes y especialmente en Grecia, un país desbordado y abandonado por sus socios europeos, excepto curiosamente por Alemania, que fue su gran azote durante la crisis del euro. Ahora, y de manera ya casi desesperada, todas las esperanzas parecen estar puestas en la cumbre que la UE celebrará el lunes con Turquía para hallar nuevas fórmulas de reasentamiento para los candidatos al asilo instalados en campamentos.