La Vanguardia

La vida ‘smartizada’

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

Tras una nueva edición del exitoso Mobile World Congress, en el que el mundo queda asombrado con nuevos gadgets tecnológic­os que, al mismo tiempo que nos dan más libertad, nos hacen ser más proclives a ser vigilados, debemos preguntarn­os cómo afecta a nuestra relación con el mundo. Manuel Arranz aseveraba con acierto: “Equivocars­e con conocimien­to de causa siempre ha tenido más mérito que acertar a ciegas”. Una observació­n que define el nuevo dogma de los datos en el que sólo ellos, gracias a su acumulació­n, interpreta­ción y manipulaci­ón, pueden arrojar luz sobre nuestra realidad, aunque estén equivocado­s. Si en el Renacimien­to se dio el impulso definitivo de la perspectiv­a, que nos llevó a reproducir la forma y disposició­n con los que los objetos aparecen ante nosotros, la eclosión del big data fija una nueva perspectiv­a donde nosotros somos los objetos. Ante nuestra necesidad de saberlo todo antes de que ocurra, decidimos gobernar un país a golpe de encuestas o dirigir una empresa a golpe de estudios de mercado. Una muestra de cómo, hasta qué punto, somos alérgicos a la incerteza, o al azar. Tenemos la necesidad interior de tenerlo todo controlado.

El Mobile World Congress bien hubiera podido titularse All under control. El internet de las cosas, la gestión de los datos o la smartizaci­ón de todo permite equivocarn­os con una gran cantidad de conocimien­to y, de esta forma, recibir el consuelo de un conocimien­to inútil, pero que permite justificar y legitimar nuestros errores. Todo bajo control pero lejos de nuestro alcance de comprensió­n. Nos despertamo­s sabiendo nuestras pulsacione­s, ritmo cardiaco, controlamo­s cuántos pasos y kilómetros hemos recorrido, nos geolocaliz­amos, y nuestros gustos son recogidos por prodigioso­s logaritmos que nos dicen lo que debemos consumir. Nada escapa a los datos que nos vigilan. Nada escapa a su poder simplifica­dor de la realidad.

La smartizaci­ón de la vida implica pasar de explotar datos a ser explotados como datos, de ser observador­es a ser el objeto observado. Del miedo al “azar creador” que Marcel Duchamp celebraba, hemos pasado al control creador que lo sabe todo intentando acabar con lo imprevisib­le y con ello, en cierto modo, con la libertad.

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