La vida ‘smartizada’
Tras una nueva edición del exitoso Mobile World Congress, en el que el mundo queda asombrado con nuevos gadgets tecnológicos que, al mismo tiempo que nos dan más libertad, nos hacen ser más proclives a ser vigilados, debemos preguntarnos cómo afecta a nuestra relación con el mundo. Manuel Arranz aseveraba con acierto: “Equivocarse con conocimiento de causa siempre ha tenido más mérito que acertar a ciegas”. Una observación que define el nuevo dogma de los datos en el que sólo ellos, gracias a su acumulación, interpretación y manipulación, pueden arrojar luz sobre nuestra realidad, aunque estén equivocados. Si en el Renacimiento se dio el impulso definitivo de la perspectiva, que nos llevó a reproducir la forma y disposición con los que los objetos aparecen ante nosotros, la eclosión del big data fija una nueva perspectiva donde nosotros somos los objetos. Ante nuestra necesidad de saberlo todo antes de que ocurra, decidimos gobernar un país a golpe de encuestas o dirigir una empresa a golpe de estudios de mercado. Una muestra de cómo, hasta qué punto, somos alérgicos a la incerteza, o al azar. Tenemos la necesidad interior de tenerlo todo controlado.
El Mobile World Congress bien hubiera podido titularse All under control. El internet de las cosas, la gestión de los datos o la smartización de todo permite equivocarnos con una gran cantidad de conocimiento y, de esta forma, recibir el consuelo de un conocimiento inútil, pero que permite justificar y legitimar nuestros errores. Todo bajo control pero lejos de nuestro alcance de comprensión. Nos despertamos sabiendo nuestras pulsaciones, ritmo cardiaco, controlamos cuántos pasos y kilómetros hemos recorrido, nos geolocalizamos, y nuestros gustos son recogidos por prodigiosos logaritmos que nos dicen lo que debemos consumir. Nada escapa a los datos que nos vigilan. Nada escapa a su poder simplificador de la realidad.
La smartización de la vida implica pasar de explotar datos a ser explotados como datos, de ser observadores a ser el objeto observado. Del miedo al “azar creador” que Marcel Duchamp celebraba, hemos pasado al control creador que lo sabe todo intentando acabar con lo imprevisible y con ello, en cierto modo, con la libertad.