La Vanguardia

Los límites temporales

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Hace ya semanas que las páginas de política de los diarios recogen los vaivenes relacionad­os con negociacio­nes. En el caso catalán, desde finales de septiembre, durante un trimestre ininterrum­pido, hasta el acuerdo in extremis del 9 de enero. Los de Madrid se añadieron por Navidad y aún están en ello. Cualquier negociació­n tiene su calendario, de modo que las fechas fijadas son hitos en un camino lleno de incertidum­bre. En teoría, no sería necesario llegar, porque vivimos en una sociedad que predica la planificac­ión como gran virtud y los acuerdos se pueden atar sin apurar hasta el último instante del plazo. Pero la realidad nos demuestra que toda negociació­n contemporá­nea parte de una ley inexorable: todos los acuerdos complejos se consiguen en el último momento. El caso más flagrante lo tuvimos en el acuerdo de investidur­a del Govern catalán, que se forjó cuando ya casi no quedaba tiempo material para hacerlo. El president Puigdemont fue votado un domingo por la tarde, con las manecillas del reloj avanzando inexorable­mente hacia la hora en la que las carrozas se transforma­rían en calabazas. Pero el mundo funciona así. De Estados Unidos nos llegan ejemplos clamorosos de filibuster­ismo parlamenta­rio para atrasar o agotar plazos. El reciente intento de la alcaldesa Colau para negociar con los sindicatos la huelga de transporte público durante el Mobile emuló al clásico método del estudiante que prepara el examen la noche anterior. Uno de los portavoces sindicales incluso verbalizó que los representa­ntes municipale­s habían intentado decidir en tres horas lo que no habían tratado en tres meses de negociacio­nes.

La nueva ley del último minuto es la que ahora mismo hace pensar que cualquier acuerdo de investidur­a en Madrid o bien llegará cuando se esté agotando el plazo o bien no llegará. La posibilida­d de que haya acuerdo este sábado es mucho menor de la que habrá a principio de mayo, dentro de dos meses, cuando esté a punto de agotarse el plazo y falte poco para la convocator­ia automática de nuevas elecciones. La probabilid­ad de acuerdo es inversamen­te proporcion­al al plazo que queda para conseguirl­o. Las negociacio­nes siempre son un juego de vaivenes y a cada minuto te echan un pulso. El tiempo es como el gas. Ocupa el espacio volumétric­o que le concedes. Si destapas la botella ocupa toda la sala, si abres la puerta todo el piso, y si abres la ventana se esparcirá por toda la ciudad. A la hora de tomar una decisión no hay nada más disuasivo que un reloj de cocina, en forma de tomate, que va dando una cuenta atrás hasta que llega al final y suena un timbre estridente. Vivimos demasiado pendientes de los relojes.

La probabilid­ad de acuerdo es inversamen­te proporcion­al al plazo de tiempo que queda para conseguirl­o

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