La Vanguardia

El último de Maracaná

JOSÉ PARRA (1925-2016) Jugador del Espanyol

- RAMÓN ÁLVAREZ

Parra es el mejor defensa al que me he enfrentado. No he visto uno igual en toda mi carrera”. Proviniend­o de Alfredo Di Stéfano, una afirmación así cobra rango de sentencia y deja poco lugar para el debate. Lo cierto es que no es osado afirmar que José Parra, desapareci­do ayer a los 90 años, marcó una antes y un después en la historia del fútbol. Fue el único jugador español que figuró en el once ideal del Mundial de Brasil de 1950 y el último protagonis­ta de aquella gesta que forjó la selección en el antiguo Maracaná, donde derrotó a Inglaterra con el legendario gol de Zarra para acabar cuarta. Su fidelidad al Espanyol, el club donde debutó en la élite y donde jugó durante 12 temporadas, rechazando las cuantiosas ofertas de Barcelona y Atlético de Madrid, lo convierten también en el mejor ejemplo de un futbolista que siempre se movió por el amor a unos colores.

Nacido en Blanes, pero criado en el Poble Sec barcelonés, Parra empezó a jugar al fútbol en las explanadas de Montjuïc e inició su carrera deportiva en el Júpiter y el Poble Sec, aunque fue en el Terrassa donde empezó a demostrar sus dotes y donde llamó la atención del Espanyol, el club que lo fichó la campaña 1947-1948.

Parra se convirtió en central por una carambola que lo acabaría convirtien­do en un referente y en un precursor del central contemporá­neo. Después de haber jugado como delantero centro y extremo izquierdo, se desarrolló como un hábil mediocentr­o, con toque de balón y una gran visión de juego. Fue en esta posición en la que empezó a jugar en el conjunto blanquiazu­l a las órdenes de José Espadas. Pero una campaña después una directiva de la UEFA instó a los países asociados a que los equipos de sus competicio­nes incluyesen un nuevo orden en la distribuci­ón de los jugadores en el campo que acabaría con el 2-3-5 clásico para instaurar la MW. Es decir, se trataba de distribuir a los jugadores en cuatro líneas, con tres defensas, dos centrocamp­istas, dos interiores y tres delanteros.

La redistribu­ción afectó, básicament­e, a las defensas, que empezaron a jugar con un central y dos laterales, y a Parra le tocó recular. Sin embargo, su toque de balón lo convirtió en uno de los pocos centrales capaces de sacar el balón jugado, una rareza en ese inicio de la década de los 50 e incluso en las décadas posteriore­s. De ahí que muchos lo consideren un precursor de Franz Beckenbaue­r y las crónicas de la época destacasen siempre su nobleza frente a la contundenc­ia sin miramiento­s de los centrales rivales.

El selecciona­dor de la época, Guillermo Eizaguirre, se fijó en él y lo convocó con España para la clasificac­ión del Mundial del 50 por lesión del colchonero Riera. Ya en la cita mundialist­a se convirtió en el central titular después de un estreno irregular ante Estados Unidos que condenó al portero Eizaguirre, al central Antúnez y al interior Rosendo –compañero de Parra en el Espanyol– para dar entrada a Ramallets, Panizo y el propio Parra. Fueron ellos quienes derrotaron a Chile e Inglaterra en Maracaná para meterse en la fase final.

El buen papel de Parra en Brasil llevó al presidente del Atlético, el marqués de la Florida, a tratar de ficharlo allí mismo, pero el jugador rehusó la oferta. También lo intentó el Barça, y como el propio Parra explicaba, Pepe Samitier, en su época de secretario técnico blaugrana, se le presentó con un cheque en blanco para que pusiese él la cantidad. Pero de nuevo declinó la oferta.

En la Liga, el central blanquiazu­l se las vio con leyendas como Kubala, César, Di Stéfano y Pérez Payá, los cuatro nueves más difíciles con los que decía había tenido que bregar. Españolist­a de pro, a Parra le tocó vivir un derbi histórico: un 6-0 en Sarrià en la campaña 1950-1951 que sigue siendo la goleada más abultada que ha sufrido el Barça ante el Espanyol. El técnico blaugrana, Fernando Daucik, trató de poner en práctica la entonces novedosa táctica del fuera de juego. Pero sus hombres apenas la habían entrenado. Para colmo había dejado fuera del equipo a un delantero como César para poner a un defensa, Calvet, en una época sin cambios.

Otro episodio destacado de su carrera como españolist­a fue el plantón de los jugadores durante la disputa de un Espanyol-Athletic de la temporada 1954-1955. El colegiado dio un gol local que después anuló a instancias del linier. Parra, que era el capitán del equipo, conminó a los suyos a sentarse en el césped. El Athletic marcó y el árbitro suspendió el partido en medio del tumulto. El central fue sancionado con tres meses de inhabilita­ción, aunque la federación le acabó levantando el castigo.

Una campaña después, con Ricardo Zamora en el banquillo blanquiazu­l, Parra empezó a perder protagonis­mo. Hasta su marcha, cuatro temporadas después, jugó 22 partidos de los 120 que disputó el equipo. Se llevaba otro tipo de central y el Divino prefe- ría la rotundidad al preciosism­o. Como el selecciona­dor Pedro Escartín. “Cuando usted juega da una lección de buen fútbol. Biosca no los deja pasar”, le dijo el técnico para justificar su relevo.

Más que anecdótica es su relación con otro ídolo del españolism­o, Argilés, su compañero en la banda derecha de la zaga. Parra le presentó a la hermana de su mujer, con la que acabó casándose. Ambos se convirtier­on en cuñados después de dejar a medias una gira por América para la boda del lateral.

El jugador dejó el Espanyol en 1959 y rechazó una oferta del Elche para jugar en el Cartagena, de nuevo por un motivo sentimenta­l, ya que sus padres eran murcianos. Allí terminó su carrera deportiva. Aunque rehusó seguir vinculado al fútbol como técnico, siempre siguió al Espanyol. Para el recuerdo, un encuentro con el malogrado Dani Jarque a instancias de la revista Don Balón antes de la desaparici­ón del central que mejor tomó su testigo.

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EFE

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