Dos o tres cosas que (no) sabíamos de los Oscar
En una gala de tono político, la sorpresa se impuso con el Oscar a la mejor película para ‘Spotlight’ y el Oscar para Mark Rylance
Lo primero que no sabíamos, o se nos había olvidado por falta de costumbre, es la capacidad de sorpresa en los Oscar. Sorprendente ha sido, para empezar, la estatuilla para el mejor intérprete secundario, para Mark Rylance. El actor es uno de los grandes, pero su nombre conciliaba pocas expectativas. Sin embargo, se ha impuesto la razón y su maravillosa interpretación en El puente de los espías, de Spielberg.
Tampoco sabíamos que los Oscar pueden –y deben– ponerse serios de vez en cuando. No de forma llorona o sentimental, como en tantas otras ediciones; sencillamente serios, como lo hecho con el Oscar a la mejor película, que ha sido para Spotlight, de Thomas McCarthy, un filme reconocido además con el Oscar al mejor guion original.
Pocos apostaban por el triunfo de este filme modesto, de una tersa sencillez. Sin pretensiones. Un filme que aborda con sabia autoridad un tema espinoso: la investigación, realizada por un grupo de periodistas del rotativo Boston Globe, sobre nu- merosos casos de pederastia en los que se vio implicada la Iglesia católica de Boston.
Spotlight va más allá del escándalo. En realidad, señala y valora la necesidad de un periodismo profesional, serio y responsable. Con este Oscar no sólo se reconoce un buen filme, también un trabajo necesario. Eso también se nos había olvidado: que los Oscar pueden premiar trabajos de calado.
El filme de Thomas McCarthy, actor además de director –que en la serie The wire encarnaba a un corrupto periodista–, resulta directo y tan contundente y efectivo como una pedrada en un cristal. Huye de protagonismos inútiles, es un filme coral, con Rachel McAdams, Mark Ruffalo y Michael Keaton, por citar tres de sus protagonistas principales, entre sus grandes aciertos.
Spotlight ha sido la gran vencedora de la noche por lo inesperado de su triunfo. Merecida vencedora en unos Oscar que pasarán a la historia por el blanco de su color, como si fueran el anuncio de un detergente. Porque tampoco sabíamos que en esta gala los vencedores casi tendrían que pedir perdón por no ser negros.
E invocar, más que a la familia, como suele ser habitual, a causas más que justas en sus parlamentos de agradecimiento. La mamá, la esposa, los hijos y el marido han cedido protagonismo en esta ocasión a los derechos de los homosexuales (Sam Smith, por la canción de Spectre); el fin de las violaciones en los campus universitarios (vicepresidente Joe Biden), o llama-
Con seis estatuillas, aunque sean de carácter técnico, ‘Mad Max: furia en la carretera’ se erige como la ganadora de velada
das a la tolerancia más allá del color de la piel (Inárritu), entre otros temas de indiscutible importancia.
El renacido, precisamente, la emocionante película de Iñárritu, era la gran favorita de la velada. Partía con doce candidaturas y acabó con tres Oscar. ¿Derrota? En absoluto: un triunfo. Un gran triunfo porque esas tres estatuillas son de las que marcan la diferencia: tres de los Oscar más significativos que podía conseguir.
Uno de ellos es el Oscar a la mejor dirección, para el propio Iñárritu. Un galardón nada discutible. Su trabajo como director es impecable. El segundo consecutivo que consigue el director mexicano –el año pasado ganó el mismo galardón por Birman–, algo que hasta ahora sólo habían conseguido otros dos directores de leyenda como son John Ford y Mankiewicz.
Puede que El renacido se inspire más de la cuenta en Kurosawa o en Tarkovski, pero tiene una fuerza extraordinaria. Una fuerza que surge de los sentimientos en juego y de la presencia constante de la naturaleza, indiferente a los deseos –y las tribulaciones– de los hombres.
Leonardo DiCaprio, por su parte, el protagonista, se alzó finalmente con el Oscar a la mejor interpretación masculina tras cinco años de ser candidato. Un premio
cantado y, también, un premio merecido.
Tampoco hay ninguna duda sobre la importancia del tercer Oscar de El renacido, película que deja agotado –emocionalmente agotado, cabe decir– y con la sensación de asistir a algo nuevo, nunca visto. Mucha de su fuerza indiscutible tiene que ver con el mexicano Emmanuel el Chivo Lubezki, reconocido con el Oscar en la categoría de mejor fotografía. El mismo Lubezki que en los dos años anteriores se ha impuesto en la misma categoría, sucesivamente, por películas como Gravity y Bird
man. Puede que no hubiera gente negra en las candidaturas, pero los mexicanos –y por extensión, los latinos– se han impues-
to por sí mismos.
El primer Oscar de la noche fue para
Spotlight, en reconocimiento de su guion. Y el último, también: el Oscar a la mejor película del año. Pero en medio queda el incontestable triunfo de Mad Max: furia en la ca
rretera, que arrasó en buena parte de las categoría técnicas: Oscar al mejor diseño de vestuario: producción, mejor maquillaje y peluquería. Y otro Oscar muy especial para Miller, el de mejor montaje, premio que recogió la mujer del cineasta, la montadora Margaret Sixel. En el apartado de sonido, Mad Max arrasa, pues se hace con los dos Oscar posibles.
Empezaba la noche Mad Max con diez nominaciones y acabó, finalmente, nada menos que con seis estatuillas en su poder. Se puede decir, con los números en la mano, que la estruendosa película del australiano George Miller, una loca e inacabable carrera de coches locos por un desierto posapocalíptico, es la vencedora de esta 88.ª edición de los Oscar. Al menos, en cantidad de galardones.