La hegemonía danesa
La polémica sobre el exceso de alarmismo de la previsión meteorológica es un spin-off de la información del tiempo. Los índices de audiencia que concita este universo taumaturgo y el espectacular nivel de acierto de los profesionales que la gestionan utilizan una gasolina mediática: la incertidumbre y las apuestas. Aunque la sustancia de la información es pedagógicamente aproximativa, para aprovechar su magnetismo se convierte en un espectáculo que obliga a los meteorólogos a hacer contorsiones arriesgadas. Pero no todos los meteorólogos son iguales y la verdad es que, durante el fin de semana, la diversidad de opiniones que escuché (tres emisoras de radio y tres cadenas de tele) en ningún momento recomendaron que nos quedáramos en casa y anuláramos las reservas de hotel, sino que prevenían de riesgos (reales) en la movilidad y recomendaban llevar cadenas y saber usarlas. Es más: en el El suplement (Catalunya Ràdio), una oyente preguntó si era prudente participar en una carrera en Mataró y un meteorólogo le respondió que se pusiera un anorak y saliera a correr.
COLABORAR CON LA ESTUPIDEZ. Ayer algunas tertulias comentaron la intención del conseller Oriol Junqueras de regular las empresas de la llamada economía colaborativa. Es una denominación escandalosa, que sugiere que el resto de la economía no es colaborativa. O sea: los que trabajan para una empresa o los que ejercemos de autónomos y, aplicando las leyes vigentes, pagamos todo tipo de impuestos y vivimos sometidos a peajes burocráticos dignos de la DDR, no somos colaborativos. Conclusión: lo primero que debe cambiar este sector objetivamente privilegiado de la economía es su etiqueta.
MATRIARCADO HIPPY. La serie Arvingerne, comercializada fuera de Dinamarca como The legacy, invita a preguntarse cómo es posible que los actores daneses parezcan mejores que los de otros países. Escrita por Maya Ilsoe, la serie parte de un ingrediente clásico de la dramaturgia universal: las herencias. La novedad es que, a diferencia de lo que pasaba en Dallas o en Nissaga de poder, la fuente de riqueza es el patrimonio de una artista excéntrica que vive en un reino a medio camino entre la autarquía hippy y la dictadura matriarcal. Como en casi todas las series modernas (el Nit i dia de TV3, por ejemplo), se explota la ambivalencia de los personajes y se apuesta por conflictos intensos. De hecho, esta intensidad es uno de los problemas de la historia. Como en los partidos de baloncesto, pasan demasiadas cosas al mismo tiempo para mantener un nivel de verosimilitud que esté a la altura del tono narrativo, impecable, y de un monumental nivel de interpretación. Un nivel que me obliga a preguntarme si no estaré desarrollando un alarmante esnobismo pro-danés. Que pasen demasiadas cosas no es razón suficiente por abandonar. Al contrario: permite digerir una sucesión de giros argumentales que, servidos en capítulos argumentalmente abundantes, de 55 minutos, recomiendan consumirla de capítulo en capítulo y no, como hacen muchos seriéfilos, hasta reventar (mientras, en el exterior, meteorólogos, expertos en protección civil y hoteleros pirenaicos intercambian acusaciones).
Escrita por Maya Ilsoe, la serie parte de un ingrediente clásico de la dramaturgia universal: las herencias