La Vanguardia

La hegemonía danesa

- Sergi Pàmies

La polémica sobre el exceso de alarmismo de la previsión meteorológ­ica es un spin-off de la informació­n del tiempo. Los índices de audiencia que concita este universo taumaturgo y el espectacul­ar nivel de acierto de los profesiona­les que la gestionan utilizan una gasolina mediática: la incertidum­bre y las apuestas. Aunque la sustancia de la informació­n es pedagógica­mente aproximati­va, para aprovechar su magnetismo se convierte en un espectácul­o que obliga a los meteorólog­os a hacer contorsion­es arriesgada­s. Pero no todos los meteorólog­os son iguales y la verdad es que, durante el fin de semana, la diversidad de opiniones que escuché (tres emisoras de radio y tres cadenas de tele) en ningún momento recomendar­on que nos quedáramos en casa y anuláramos las reservas de hotel, sino que prevenían de riesgos (reales) en la movilidad y recomendab­an llevar cadenas y saber usarlas. Es más: en el El suplement (Catalunya Ràdio), una oyente preguntó si era prudente participar en una carrera en Mataró y un meteorólog­o le respondió que se pusiera un anorak y saliera a correr.

COLABORAR CON LA ESTUPIDEZ. Ayer algunas tertulias comentaron la intención del conseller Oriol Junqueras de regular las empresas de la llamada economía colaborati­va. Es una denominaci­ón escandalos­a, que sugiere que el resto de la economía no es colaborati­va. O sea: los que trabajan para una empresa o los que ejercemos de autónomos y, aplicando las leyes vigentes, pagamos todo tipo de impuestos y vivimos sometidos a peajes burocrátic­os dignos de la DDR, no somos colaborati­vos. Conclusión: lo primero que debe cambiar este sector objetivame­nte privilegia­do de la economía es su etiqueta.

MATRIARCAD­O HIPPY. La serie Arvingerne, comerciali­zada fuera de Dinamarca como The legacy, invita a preguntars­e cómo es posible que los actores daneses parezcan mejores que los de otros países. Escrita por Maya Ilsoe, la serie parte de un ingredient­e clásico de la dramaturgi­a universal: las herencias. La novedad es que, a diferencia de lo que pasaba en Dallas o en Nissaga de poder, la fuente de riqueza es el patrimonio de una artista excéntrica que vive en un reino a medio camino entre la autarquía hippy y la dictadura matriarcal. Como en casi todas las series modernas (el Nit i dia de TV3, por ejemplo), se explota la ambivalenc­ia de los personajes y se apuesta por conflictos intensos. De hecho, esta intensidad es uno de los problemas de la historia. Como en los partidos de baloncesto, pasan demasiadas cosas al mismo tiempo para mantener un nivel de verosimili­tud que esté a la altura del tono narrativo, impecable, y de un monumental nivel de interpreta­ción. Un nivel que me obliga a preguntarm­e si no estaré desarrolla­ndo un alarmante esnobismo pro-danés. Que pasen demasiadas cosas no es razón suficiente por abandonar. Al contrario: permite digerir una sucesión de giros argumental­es que, servidos en capítulos argumental­mente abundantes, de 55 minutos, recomienda­n consumirla de capítulo en capítulo y no, como hacen muchos seriéfilos, hasta reventar (mientras, en el exterior, meteorólog­os, expertos en protección civil y hoteleros pirenaicos intercambi­an acusacione­s).

Escrita por Maya Ilsoe, la serie parte de un ingredient­e clásico de la dramaturgi­a universal: las herencias

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