Las manzanas podridas
El público sale y debate sobre pederastia e Iglesia, pero quizá en realidad sea sobre educación y periodismo
“Si la educación de un niño es el resultado de un esfuerzo colectivo, abusar de él también lo es”. La frase pertenece a Spotlight, ganadora del Oscar a la mejor película. Dirigida por Thomas McCarthy, explica el proceso de investigación que llevó a cabo un equipo de reporteros del diario Boston Globe para destapar los casos de pederastia cometidos por decenas de sacerdotes, y que la archidiócesis de Boston llevaba años ocultando. Aquel trabajo publicado en el 2002 le valió al Boston Globe un Pulitzer al servicio público.
Antes de los créditos finales se enumeran en la pantalla otros lugares donde hubo casos similares y que salieron a la luz gracias a la noticia. Muchas víctimas llamaron a los periódicos para denunciarlos. Estamos en el Verdi Park, el día siguiente a la entrega de los Oscars. Aún no se han encendido las luces. “Vaya, Estados Unidos está lleno de manzanas podridas”, comenta una mujer, haciendo referencia a la excusa que suelen poner los representantes eclesiásticos cada vez que aparece un nuevo escándalo para minimizarlo. A lo que otra responde sarcástica: “Faltan los Maristas”.
El tema está de actualidad, coinciden los espectadores, que salen, algunos, con los ojos enrojecidos. Al acabar ha habido aplausos. También coinciden en que la película es “sensacional” o “muy buena”. Y están de acuerdo en otra cosa, que debería de ser llamativa y no lo es: lo que se desvela no les sorprende. Cayetano tendrá unos cincuenta años, fue a un colegio de curas, “y ahí todos sabíamos que pasaban cosas”, se encoge de hombros, “pero ¿qué podíamos hacer?”.
En Spotlight se plantea que los abusos a menores son sistémicos de la Iglesia. En un momento dado, alguien calcula que, de 1.500 curas que hay en Boston, aproximadamente un 6% los habrían cometido. Los periodistas enmudecen. Entonces, no son sólo unas cuantas manzanas podridas. ¿Esa cifra sería extrapolable a toda la institución? Los treintañeros Irina y Bernat no dirían tanto, pero sí ven una relación entre la educación religiosa y cierto ocultismo. Como ellos, Margarita y Joan, de 71 y 74 años, tuvieron una educación laica. Y aunque no creen que la pederastia sea endémica en la Iglesia, sí piensan que la institución tiene demasiada fuerza como para que, cuando se da un caso, nunca pase de ser un rumor; se trata- rá como si fuera aislado. Además, la Iglesia cuenta con la connivencia de las más altas instancias.
“Llevan siglos teniendo poder”, añade otro espectador de 73 años, también llamado Joan, “y han adquirido demasiado dominio económico como para que algo de esto vaya a cambiar”. Tònia, de 65, no está de acuerdo. Ella cree que con películas como Spotlight y la publicación de noticias se pondrán en marcha los protocolos necesarios para evitarlo, y se reforzará la ley.
Tònia y Anna fueron a un colegio de monjas: “Las monjas me pudrieron”, dice Anna, “pero nunca nos habrían puesto una mano encima”. La culpa, según Joan, es del celibato: “Cuando el tema del sexo no está resuelto, pasan estas cosas, ¿verdad que no ocurre lo mismo en otras iglesias, como por ejemplo la ortodoxa?”. Tònia insiste: la corrupción y los abusos existen en todas partes y siempre estarán ahí. Lo importante es que se destapen. Y así siguen debatiendo, bajo las farolas de la calle Torrijos, ellos piensan que sobre pederastia y la Iglesia, aunque quizá lo hagan sobre educación y periodismo.