El color del compromiso
Chris Rock volvió a ejercer de maestro de ceremonias en la gala de los Oscar del 2016, su edición número 88, dos ochos. Lo había hecho ya una vez antes, en el 2005, su edición número 77, dos sietes: ¿lo veremos de nuevo como host de la 99, dos nueves? En el 2005 irrumpió en el auditorio eufórico por la respetable cantidad de candidatos de raza negra nominados: Don Cheadle, Sophie Okonedo, Morgan Freeman, Jamie Foxx en los dos apartados, protagonista y secundario, amén de otros que no dan la cara. Obviamente, en la madrugada de ayer (hora peninsular), con la tormenta que ha caído estas últimas semanas sobre la ausencia de color negro en las candidaturas, la cebra Marty de los Madagascar salió con otro chip mental. Abordó el tema desde su primera frase, con humor disolvente y gotas de ferocidad (lo de que en los obituarios de rigor figurarían las víctimas asesinadas por policías blancos), en tono reivindicativo pero lanzando puyas aquí y allá (que seguro escocerían a Will Smith, Spike Lee, etc.). Fue un speech largo, larguísimo, que auguraba que el asunto se zanjaría en ese momento. No fue así: el dilema black versus white ocupó toda la ceremonia, aunque las infinitas comparecencias de Rock serían ya todas breves. Desde luego que se curraron la polémica: Rock improvisando en la calle entrevistas a afroamericanos que afirmaban desconocer todas las películas a concurso, mientras uno de ellos sostenía que su película favorita era Super Fly (1972), un pequeño clásico de la blaxploitation; o las imágenes trucadas de Joy, Marte y El renacido con protagonismo negro.
Fue una gala de veras comprometida y reivindicativa, más allá de la controversia racial. En sus palabras de agradecimiento, Leonardo DiCaprio y Margaret Sixel, la montadora de Mad Max: Furia en la carretera, alertaron del progresivo deterioro de nuestro planeta; Alicia Vikander defendió la identidad sexual del individuo, y la cortometrajista Sharmen Obaid-Chinoy recalcó el papel del cine como herramienta para transformar la sociedad, particularmente la que le atañe, la paquistaní. La presidenta de la Academia hollywoodiense nos recordó que la unión hace la fuerza y nada menos que el vicepresidente de la nación compareció en el escenario para emprender una cruzada contras los abusos sexuales en las universidades. Que el Oscar a la mejor película acabara recayendo en Spotlight, aunque a todas luces discutible, no dejó de ser un acto coherente en ese contexto.
Para aligerar el evento, este año decidieron reducir el tiempo de los somnífe- ros (agradecimientos personales), que aparecían en la parte inferior de la pantalla a velocidad casi ilegible. Aún así, la ceremonia superó las tres horas y media de duración. Fue sosa por ausencia de espectáculo. Las tres canciones servidas en directo fueron, aunque bellamente iluminadas las tres, de una austeridad inaudita. La emoción, aquello que nos ha de poner la carne de gallina, sólo tímidamente compareció cuando Ennio Morricone recogió su estatuilla. Lo más salado quizá fuera el paseíllo que se marcaron por el escenario los robots de Star wars y los Minions, por un lado, y Woody y Buzz Lightyear por otro, entregando, respectivamente, los Oscar al mejor corto y al mejor largo de animación. Poca cosa, en suma, para el acontecimiento que todavía queremos ver como la cita cinematográfica más importante del año.
Una curiosidad para terminar: en el consuetudinario in memóriam apareció Lizabeth Scott, distinguida dama del cine negro clásico, fallecida el 31 de enero del 2015, quince días antes que Louis Jourdan, que figuró en el obituario del pasado año.
Chris Rock ha oficiado en las galas números 77 y 88, ¿lo hará también de aquí a once años, en la gala número 99?