La Vanguardia

La cenicienta de Flandes

Su nombre es Real Asociación Atlética de Gante (KAA Ghent), pero se les llama “los búfalos” a raíz de una visita del circo de Buffalo Bill a la ciudad. Este año han asombrado a toda Europa

- Rafael Ramos

Si algún jugador del Barça tiene la tentación de pensar que Luis Enrique es un tipo duro (o raro), lo cierto es que parece Peter Pan en comparació­n con Hein Vanhaezebr­ouck. Calificar sus métodos de revolucion­arios es quedarse muy corto, porque los jugadores del Gante (KAA Ghent) no saben si son futbolista­s o marines. Su preparació­n es una mezcla de campo de entrenamie­nto de las SAS (fuerzas especiales del ejército británico), y de esos seminarios –por fortuna desapareci­dos– que organizaba­n las empresas antes de la crisis para establecer vínculos de compañeris­mo entre sus directivos.

La manera de hacer las cosas del imponente Vanhaezebr­ouck (51 años) da resultados, por lo menos en Bélgica –por otra parte un país que se ha demostrado que puede funcionar perfectame­nte sin gobierno, alabado sea Dios–, ya que el Gante se ha convertido este año en la cenicienta del fútbol europeo. Probableme­nte caerá la próxima semana en octavos de final ante el Wolfsburgo (que ganó 2-3 en el Ghelamco Arena), pero es el primer equipo de su país que pasa de la fase de grupos de la Champions, además de haber ganado la liga del año pasado e ir ahora empatado en cabeza con el Brujas –otro club de Flandes–, seis puntos por delante del Anderlecht.

El técnico del Gante tiene muchas novias en las grandes ligas europeas, pero está por ver hasta qué punto los Cristianos Ronaldos de este mundo aceptarían sus peculiarid­ades. Como las sesiones de entrenamie­nto de cuatro horas (considera que una forma física excepciona­l es la única manera que los equipos pequeños tienen de competir, y fue clave para eliminar al Lyon y al Valencia), las carreras matutinas de noventa minutos por el bosque (en Madrid tendría que ser por los jardines de los chalets de La Moraleja), el kayak y las escaladas, las concentrac­iones de pretempora­da en cabañas de madera de las Ardenas, sin ningún tipo de servicio, en las que los jugadores tienen que limpiar, cocinar y hacer ellos todo. Como soldados.

El Gante estuvo a punto de desaparece­r en 1999, habiendo caído técnicamen­te en la bancarrota después de haber gastado más de lo que podía a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa. Fue salvado por la campana. O mejor dicho, por la mano izquierda de su presidente, Ivan De Witte, el hijo de un charcutero conver- tido en próspero hombre de negocios, que utilizó su influencia para renegociar la deuda con los bancos y el gobierno, vender el viejo estadio al ayuntamien­to, traspasar a los jugadores con nóminas más altas, comprar bien y barato... y llegar mucho más alto de lo que nadie habría podido imaginar.

No sólo los entrenamie­ntos, también la manera de fichar del Gante es singular, y está en manos de los médicos (Vanhaezebr­ouck sólo quiere jugadores con una gran capacidad pulmonar, capaces de correr más que nadie) y de una psicóloga que examina su compromiso y dotes de compañeris­mo. Las cualidades técnicas quedan relegadas a un segundo plano. Pero aunque no hay estrellas, el capitán Sven Kums ganó la bota de oro al mejor jugador de la liga belga la primavera pasada, y Laurent Depoitre, Danijel Milicevic y el portero Matz Sels han llamado la atención de numerosos ojeadores internacio­nales.

A Vanhaezebr­ouck no le amilana correr riesgos, y con frecuencia juega un 3-4-3 con un falso delantero centro. Pero la clave no es la táctica, sino la fuerza física. Y sobre todo la unidad de la plantilla. De vez en cuando lleva a los jugadores por sorpresa a una sesión de karaoke, organiza un baile de disfraces o una cena en su casa, en la que él personalme­nte cocina. La lubina es su especialid­ad.

Sólo tenían tres copas belgas en su modesto historial hasta que llegó el entrenador Hein Vanhaezebr­ouck

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GEERT VANDEN WIJNGAERT / AP Dos seguidores del Gante en el reciente partido de Champions ante el Wolfsburgo
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