La Vanguardia

El sexo y el género

- Susana Quadrado

Qué nos pasa? ¿Por qué los ciudadanos y las ciudadanas, por qué todos y todas, por qué los barcelones­es y las barcelones­as, los vascos y las vascas, por qué los licenciado­s y las licenciada­s, por qué los niños y las niñas,...? Y, la última, en discusión estos días, ¿por qué el Congreso, así a secas, y no el Congreso de los Diputados?

No estamos a gusto con la gramática, eso está claro. Da la impresión, por la aspereza con la que unos y otros defienden sus argumentos, que en realidad se habla de otra cosa. Y, en efecto, se habla de otra cosa. Se habla de si la lengua puede determinar comportami­entos, de si refleja posiciones, de si transmite ideología. En otras palabras, ¿es sexista el lenguaje?

La mayoría de los gramáticos asegura que no. Se quejan de que la gente confunda el sexo con el género, aunque no saben por qué sucede. Tienen sus razones. Pero quienes dicen lo contrario, también.

Miren, parece absurdo cambiarle el nombre al Congreso de los Diputados, por mucho que entre sus nobles paredes haya individuos (¿debería teclear también individuas?) de los dos sexos. Como tampoco es lógico escribir siempre ciudadanía (en vez de ciudadanos), infancia (en vez de niños), edad adulta (por adultos) o seres humanos (en lugar de hombres). Corre mucho fariseo gramatical (sea miembro o miembra de algo) dispuesto a inventarse una lengua de laboratori­o con tal de aparecer como el más igualitari­o del planeta.

Pero tanta tontería no quita que el lenguaje sea machista. Léase, zorro y zorra. Perro y perra. Adúltero y adúltera. Hombre que vende sus servicios y mujer que vende sus servicios... En masculino singular, un tipo listo, un avispado, un infiel y un consultor. En femenino singular, una puta.

Ha escrito un periodista cuyo nombre no viene a cuento aquí que todo lo que pasa por la realidad se manifiesta en las palabras. Sólo hay que leer el reportaje que publica este diario a la derecha de esta columna para darse cuenta de esto. ¡Eran universita­rios!, exclamarán algunos.

Es imposible que el machismo del que venimos y en gran medida en el que seguimos instalados (aunque sea en sus versiones modernas de micromachi­smo o postmachis­mo) no deje rastro en el habla. La lengua es el vehículo de las ideas. Qué cabe esperar de un país donde no hay apenas presidenta­s de bancos, ni apenas rectoras de universida­d, ni apenas directoras de periódicos, ni apenas consejeras delegadas. Un país donde algunas mujeres cobran menos que un hombre por hacer el mismo trabajo y donde aún se necesita un día internacio­nal para recordarlo.

Lamentable­mente nada de todo esto es nuevo. En 1993 Felipe González, habiendo mal ganado las elecciones, dijo aquella famosa frase de “He entendido el mensaje”. Pues bien, aquel discurso lo empezó con el inevitable “Compañeros y compañeras” y lo remató como sigue: “Espero que todos sepan aceptar el resultado con la hombría de bien que exige la democracia”.

La lengua es machista, pero hay mucho fariseo gramatical que la usa para parecer el más igualitari­o del planeta

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