¡Y un rábano!
Todavía no me he recuperado del susto de haber leído que España es el segundo mejor país en conciliación, de los 36 considerados más desarrollados. El Estado aparece, en esta dimensión, en el último índice Better Life de la OCDE, en el segundo lugar por detrás de Dinamarca. Escalando –diría yo que milagrosamente– un montón de posiciones, puesto que el 2011 –la primera vez que se calculaba– estábamos a la cola del bienestar. Algo ha pasado, aparte de cambios en las variables de medida; sin embargo –y ni habría que decirlo– sólo en los datos, no en la realidad que vivimos.
El indicador es criticable por definición; todos lo son desde el mismo momento que intentan sintetizar demasiado y, muchas ve- ces, muy mal, realidades demasiado complejas. De hecho no estoy en contra de este tipo de medidas; menos todavía cuando nacen para complementar la cuantificación de la calidad de la vida más allá de variables, única y estrictamente, económicas. Igualmente poco precisas con respecto a captar lo que significa “vivir bien”.
En cualquier caso, aparte de la elaboración, uno de los grandes problemas es lo que se intenta concluir a partir de los resultados. En este caso que nos ocupa, concretamente para la dimensión del equilibrio entre la vida laboral y personal, se hace referencia sólo a dos indicadores: al porcentaje de personas que trabajan más de 50 horas a la semana y a los minutos dedicados al día para el ocio y el cuidado personal. Evidentemente del todo insuficiente, mal planteado y sin sentido; no sólo porque sabemos mucho sobre el tema de la conciliación como para pretender plasmarlo mezclando lo que no toca. Por ejemplo, ocio y cuidado en una misma variable de análisis.
Y todo eso sin entrar en las diferencias entre sexos y la desigualdad que define este ámbito de nuestra vida. De hecho el mismo estudio hace referencia y recomienda en España que tiene que mejorar en no pocos aspectos con respecto a la igualdad de mujeres y hombres y en las ayudas a las familias. Lo que todavía hace más extraña esta segunda posición.
Nadie que, en este país, intente conciliar –y eso quiere decir, básicamente y casi exclusivamente, mujeres– estará de acuerdo en que ello sea fácil, aunque a veces sorprende cómo se minimiza el esfuerzo que supone y cómo se considera conciliación aquello que sólo se puede calificar como “desconciliación”.