La Vanguardia

¡Y un rábano!

- C. SÁNCHEZ MIRET, Cristina Sánchez Miret socióloga

Todavía no me he recuperado del susto de haber leído que España es el segundo mejor país en conciliaci­ón, de los 36 considerad­os más desarrolla­dos. El Estado aparece, en esta dimensión, en el último índice Better Life de la OCDE, en el segundo lugar por detrás de Dinamarca. Escalando –diría yo que milagrosam­ente– un montón de posiciones, puesto que el 2011 –la primera vez que se calculaba– estábamos a la cola del bienestar. Algo ha pasado, aparte de cambios en las variables de medida; sin embargo –y ni habría que decirlo– sólo en los datos, no en la realidad que vivimos.

El indicador es criticable por definición; todos lo son desde el mismo momento que intentan sintetizar demasiado y, muchas ve- ces, muy mal, realidades demasiado complejas. De hecho no estoy en contra de este tipo de medidas; menos todavía cuando nacen para complement­ar la cuantifica­ción de la calidad de la vida más allá de variables, única y estrictame­nte, económicas. Igualmente poco precisas con respecto a captar lo que significa “vivir bien”.

En cualquier caso, aparte de la elaboració­n, uno de los grandes problemas es lo que se intenta concluir a partir de los resultados. En este caso que nos ocupa, concretame­nte para la dimensión del equilibrio entre la vida laboral y personal, se hace referencia sólo a dos indicadore­s: al porcentaje de personas que trabajan más de 50 horas a la semana y a los minutos dedicados al día para el ocio y el cuidado personal. Evidenteme­nte del todo insuficien­te, mal planteado y sin sentido; no sólo porque sabemos mucho sobre el tema de la conciliaci­ón como para pretender plasmarlo mezclando lo que no toca. Por ejemplo, ocio y cuidado en una misma variable de análisis.

Y todo eso sin entrar en las diferencia­s entre sexos y la desigualda­d que define este ámbito de nuestra vida. De hecho el mismo estudio hace referencia y recomienda en España que tiene que mejorar en no pocos aspectos con respecto a la igualdad de mujeres y hombres y en las ayudas a las familias. Lo que todavía hace más extraña esta segunda posición.

Nadie que, en este país, intente conciliar –y eso quiere decir, básicament­e y casi exclusivam­ente, mujeres– estará de acuerdo en que ello sea fácil, aunque a veces sorprende cómo se minimiza el esfuerzo que supone y cómo se considera conciliaci­ón aquello que sólo se puede calificar como “desconcili­ación”.

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