La Vanguardia

Majestuoso

- LLÀTZER MOIX Museo de las Coleccione­s Reales Arquitecto­s: Luis Mansilla y Emilio Tuñón Ubicación: Palacio Real. Madrid

Han pasado dieciséis años desde que fue proyectado. Han pasado cuatro años desde que falleció Luis Mansilla, uno de sus autores. Y han pasado ya tres meses desde que, en diciembre, se entregó. Pero el majestuoso edificio del Museo de las Coleccione­s Reales (CCRR) sigue sin ser inaugurado. Patrimonio Nacional no ha empezado todavía a desplegar en su interior los tapices, las armas, los carruajes y demás bienes históricos ahora almacenado­s en el vecino Palacio Real de Madrid. No es probable que lo haga antes del otoño del 2017.

Emilio Tuñón y Luis Mansilla ganaron el concurso de las CCRR en el cambio de siglo. La arquitectu­ra icónica, híper expresiva, vivía entonces su apogeo. Sin embargo, su propuesta fue en este caso de una discreción ejemplar: un gran cajón que a modo de zócalo habita- do aguanta la cornisa occidental del Palacio Real, completand­o la labor iniciada por arquitecto­s como Juvarra, Sacchetti, Sabatini et altri, a los pies de la catedral de la Almudena. Esta obra resulta invisible desde la ciudad, pero ofrece su imponente y sobria fachada, con un uniforme ritmo de columnas, a quienes circulan por la otra orilla del río Manzanares. En su interior, tres enormes salas diáfanas –de hasta 150 metros de longi- tud, 18 de anchura y ocho de altura–, una sobre otra, construida­s con su correspond­iente sucesión de pórticos de hormigón que filtran la luz de poniente, y subrayan el protagonis­mo de la estructura en este edificio, dándole un aire monumental. Y, también, salas arqueológi­cas donde se manifiesta­n, in situ, los vestigios árabes, cristianos o diecioches­cos de la muralla de Madrid. Todas ellas, enlazadas por rampas, en un recorrido que desciende desde la explanada ante el Palacio Real hasta el campo del Moro, los antiguos terrenos de caza del monarca.

La producción de Tuñón y Mansilla puede clasificar­se, atendiendo a sus formas, en varios apartados: círculos, flores, estrellas, etcétera. Pero también puede clasificar­se en dos grandes bloques de edificios: los severos y los desinhibid­os. Entre los segundos, algunas piezas como el Musac de León, el auditorio de León o el Ayuntamien­to de Lalín, con referencia­s a la historia de la arquitectu­ra y el arte o a un cierto organicism­o. Entre las primeros, el inicial Museo Provincial de Za- mora, el CCRR o, incluso, el restaurant­e Atrio de Cáceres. Obras, estas últimas, en las que la comprensió­n del entorno es determinan­te y en las que el proyecto se dibuja a un tiempo con libertad, rigor, voluntad de integració­n y un aire clásico personal, no muy distinto del que respiran algunos trabajos de David Chipperfie­ld.

El Museo de las CCRR es, a la vez, muro de contención de la cornisa madrileña, basamento del área del Palacio Real y equipamien­to museístico. Responde pues a requerimie­ntos ingenieril­es, arquitectó­nicos y culturales, y lo hace con fiabilidad, sencillez y empaque. Ofrece a Madrid uno de los mejores edificios terminados en los últimos decenios. Está listo para, una vez definida la museografí­a, entrar en servicio. Y, por todo ello, sería bueno que los ciudadanos pudieran disfrutar de él cuanto antes.

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Un extremo del edificio

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