Iniesta no es normal
Andrés Iniesta jugó ayer 60 minutos. La dosis justa y necesaria. Luis Enrique le cuida porque no hay otro como él. Ya llegarán los despliegues físicos completos cuando los títulos estén al caer. No falta tanto.
En el momento de su sustitución medio Camp Nou se levantó del asiento para dedicarle una ovación reverencial. Todo lo que rodea a este futbolista desprende un halo distinto, de singularidad, desde la suavidad de sus movimientos con el balón, que contrastan con la esforzada gesticulación de la mayoría de sus colegas de profesión para no avanzar ni hacer la mitad, hasta la capacidad de transformar a un público (el futbolero) con tendencia a blasfemar en otro de talante provisionalmente refinado. “Ojo, se va Iniesta, su ilustrísima”, se escucha en referencia a este tipo elegante y porcelanoso, el único que ralentiza el tiempo, el gran hipnotizador.
En el fútbol caben altos y bajos, ricos y pobres, simpáticos o groseros, Gascoigne e Iniesta
Uno de las gracias del fútbol es que no le cierra las puertas a nadie. Caben en él altos y bajos, ricos y pobres, simpáticos o groseros. Iniesta es normal, se dice. Así que se le elogia precisamente por eso, por no llevar tatuajes y por comprarse la ropa en Zara. Y esa cantinela tiene algo de absurdo. En realidad da igual cómo sea Iniesta. Lo importante es lo que transmite cuando se viste de futbolista.
Anoche, dentro del festival Offside, fue exhibido en Barcelona el documental Gascoigne, que narra el ascenso y el declive de un jugador que, sin llegar a la altura de Iniesta, llegó a parecérsele como precuela británica por su gran técnica. De carácter era antagónico al de Albacete: provocativo, bocazas, insolente... Y tan bebedor (luego cocainómano) que en un amistoso en 1992 entre el Lazio (su equipo entonces) y el Sevilla le susurró a Maradona después de un jugadón. “Estoy borracho”. A lo que el argentino contestó: “Yo también”. El fútbol es generoso, abierto y universal. Fue de Gascoigne y es de Iniesta. Un tipo que, de normal, tiene poco.