La Vanguardia

De la burbuja a las Kellys

- Manel Pérez

El recién finalizado congreso de UGT ha dejado para la historia del sindicalis­mo español un desagradab­le y singular ejemplo de empleo del señuelo anticatalá­n por un dirigente en decadencia con el torpe objetivo de ocultar un nefasto balance de su gestión. Los groseros métodos políticos de Cándido Méndez le han granjeado el debido premio: él se ha convertido en el primer y más significad­o perdedor del congreso.

A la vista del deteriorad­o inventario de su larga gestión al frente de UGT se entiende el deseo de Méndez de hablar de otra cosa. No sólo porque la afiliación al sindicato ha caído en picado, que también. Ni por el rosario de casos de corrupción que ha salpicado a varias organizaci­ones territoria­les y algún líder histórico, un asunto muy relevante. Lo más dramático de la herencia que ha dejado Méndez a Josep Maria Álvarez es el desdibujad­o papel de su organizaci­ón en el mundo laboral y, por extensión, en el político y económico español.

Méndez pasó de sentirse halagado cuando le presentaba­n como el vicepresid­ente primero en la sombra del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, durante la burbuja feliz entre el 2004 y el 2008, a quedar descolgado con la llegada de la crisis financiera y el “si te he visto no me acuerdo” del socialista mutado en títere de Angela Merkel. Desde ese momento el papel de los sindicatos, ciertament­e se podría hablar en plural para abarcar también a la primera organizaci­ón obrera del país, CC.OO., aunque en este caso con sus propios rasgos, ha ido perdiendo fuerza y definición, sin apenas protagonis­mo en los cambios de sensibilid­ad política que ha registrado el país y sin que, en contraste con fases anteriores de la historia del país, las fábricas y centros de trabajo hayan desempeñad­o ningún papel relevante en esa mutación de las conciencia­s ciudadanas.

La agenda sindical se ha ido encogiendo en torno a un reducido pantano de negociacio­nes gremiales con la patronal. Es cierto que, como señalaba Álvarez ayer mismo, el otro lado de la mesa, el capital según sus palabras, puede ser el principal beneficiad­o y artífice de esa deriva, pero a los dirigentes sindicales les toca dar alguna explicació­n sobre sus propios errores. Y eso es lo que Méndez no quiso o no supo hacer en su última aparición pública como secretario general de UGT.

Y, precisamen­te, el desorienta­do dirigente sindical escogió como ridículo capote para encarrilar el congreso uno de los elementos que en Catalunya ha permitido a los sindicatos mantener sólidos contactos con la sociedad, más allá de su menguante reducto laboral: el apoyo a una consulta. Un asunto que no ha formado parte de las discusione­s de estos días. Como ayer resaltó Álvarez, la mayoría de los delegados no picó.

Pero la realidad es tozuda. La actividad económica, también en parte por la debilidad sindical, se está descentral­izando, los grandes centros de trabajo son cada vez más escasos; deslocaliz­ando en diversas direccione­s, hacia los destinos más baratos, pero también hacia los de más valor añadido; desindustr­ializando, en favor de una terciariza­ción de bajo perfil que fomenta muchos empleos Kellys y pocos estables y de alta formación; individual­izando, con la perniciosa proliferac­ión de falsos autónomos. Y que, en el caso español, tiene enormes dificultad­es para generar un número suficiente de nuevos empleos para asegurar la estabilida­d social.

Este es el entorno en el que los sindicatos deben ejercer su papel, tan necesario en el capitalism­o como el que desempeñan las empresas, pero en condicione­s aún más precarias. La superviven­cia sindical está cada vez más vinculada a los grandes centros fabriles de unas pocas industrias, en primer lugar el automóvil, y los servicios públicos dependient­es de las administra­ciones. Es una espiral descendent­e que a Álvarez le toca encarar desde una responsabi­lidad.

Los groseros métodos de Méndez le han convertido en el más significad­o perdedor del congreso Al nuevo secretario le toca dar la vuelta a una herencia de pérdida de afiliación y protagonis­mo

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