La Vanguardia

Lula vuelve como ministro para evitar su detención

El expresiden­te brasileño se convertirá en el hombre fuerte del Ejecutivo de Rousseff

- ROBERT MUR

El expresiden­te de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, regresa al Gobierno, ahora dirigido por su compañera de partido Dilma Rousseff, por un motivo muy cuestionab­le: alcanzar la condición de aforado e impedir su detención por presunta corrupción.

Luiz Inácio Lula da Silva ha vuelto al poder antes de lo que nadie imaginaba. En realidad, el exmandatar­io brasileño nunca se fue. Su sucesora y ahijada política, Dilma Rousseff, lo nombró ayer ministro de la Casa Civil (Presidenci­a), que es el segundo cargo más importante del Ejecutivo, una suerte de primer ministro coordinado­r del Gobierno.

La urgencia del nombramien­to ha sido provocada por la petición, la semana pasada, de la Fiscalía de São Paulo de detener a Lula. La decisión, en manos del juez del caso Petrobras, Sérgio Moro, pesaba como una espada de Damocles no sólo sobre el expresiden­te, sino también sobre Rousseff y el gobernante Partido de los Trabajador­es (PT.)

Sin embargo, el regreso de Lula al palacio de Planalto no puede leerse exclusivam­ente como una manera de eludir a la justicia. Tiene mucho más calado. A pesar de las sospechas de corrupción, Lula es la última carta del PT para salvar los muebles y evitar el desmoronam­iento del Gobierno de Rousseff, sobre quien pesa una demanda de impeachmen­t y cuyas políticas económicas de ajuste no han servido para evitar que Brasil caiga en recesión.

Desde que dejó el poder en el 2010, el exmandatar­io ha seguido estando presente en la política brasileña e incluso ha criticado decisiones de Rousseff, a quien ha seguido asesorando como tótem del PT.

Cuando en el 2014, poco antes de las elecciones que llevaron a la ajustada reelección de Rousseff, estalló el escándalo en Petrobras, Lula emergió como salvador de la campaña, a pesar de que las acusacione­s de corrupción ya apuntaban a ambos. Ahora Lula trata de recuperar la épica que le llevó a la presidenci­a en el 2003 y pretende impulsar cambios en la política económica para salir de la crisis. Además, cuenta con un capital político, influencia y carisma que Rousseff nunca ha podido lograr y con el que buscará reconstrui­r las relaciones con un atomizado Parlamento que debe decidir sobre la destitució­n de la mandataria.

Y por otro lado, nadie mejor que Lula para convencer a sus aliados en la coalición gubernamen­tal de seguir apoyando a Rousseff, empezando por el centrodere­chista PMDB –que ocupa la vicepresid­encia del país– y que amenaza con dejar el Gobierno dentro de un mes.

Por otra parte, el cargo ministeria­l impide que Lula sea detenido por el implacable juez Moro, pero no evitará tener que dar explicacio­nes ante la justicia, aunque ahora, como aforado, pasa a la jurisdicci­ón del Tribunal Supremo.

En un salto hacia adelante, Lula se ubica como presidente en la sombra y ya no oculta su intención de dar batalla y presentars­e a las elec- ciones del 2018, si la justicia no se lo impide. Algunos opositores se proponen impugnar el nombramien­to con el argumento de que intenta eludir a los tribunales.

“La llegada de Lula fortalece mi Gobierno; es un hábil negociador”, declaró ayer Rousseff. “Mi relación con él no es de poderes o superpoder­es”, añadió. “Tendrá los poderes necesarios para ayudar a Brasil”, agregó la presidenta, que entre 2005 y 2010 ocupó el ministerio de la Casa Civil y fue la mano derecha de Lula en la mayor parte de sus dos mandatos.

Con ironía, el diario Folha de São Paulo calificó ayer a Rousseff de “presidenta emérita”.

“Tendrá los poderes necesarios para ayudar a Brasil”, dice Rousseff, a quien la prensa tilda de “presidenta emérita”

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EVARISTO SA / AFP La presidenta Dilma Rousseff, en la rueda de prensa que celebró ayer en el palacio de Planalto

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