Lula vuelve como ministro para evitar su detención
El expresidente brasileño se convertirá en el hombre fuerte del Ejecutivo de Rousseff
El expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, regresa al Gobierno, ahora dirigido por su compañera de partido Dilma Rousseff, por un motivo muy cuestionable: alcanzar la condición de aforado e impedir su detención por presunta corrupción.
Luiz Inácio Lula da Silva ha vuelto al poder antes de lo que nadie imaginaba. En realidad, el exmandatario brasileño nunca se fue. Su sucesora y ahijada política, Dilma Rousseff, lo nombró ayer ministro de la Casa Civil (Presidencia), que es el segundo cargo más importante del Ejecutivo, una suerte de primer ministro coordinador del Gobierno.
La urgencia del nombramiento ha sido provocada por la petición, la semana pasada, de la Fiscalía de São Paulo de detener a Lula. La decisión, en manos del juez del caso Petrobras, Sérgio Moro, pesaba como una espada de Damocles no sólo sobre el expresidente, sino también sobre Rousseff y el gobernante Partido de los Trabajadores (PT.)
Sin embargo, el regreso de Lula al palacio de Planalto no puede leerse exclusivamente como una manera de eludir a la justicia. Tiene mucho más calado. A pesar de las sospechas de corrupción, Lula es la última carta del PT para salvar los muebles y evitar el desmoronamiento del Gobierno de Rousseff, sobre quien pesa una demanda de impeachment y cuyas políticas económicas de ajuste no han servido para evitar que Brasil caiga en recesión.
Desde que dejó el poder en el 2010, el exmandatario ha seguido estando presente en la política brasileña e incluso ha criticado decisiones de Rousseff, a quien ha seguido asesorando como tótem del PT.
Cuando en el 2014, poco antes de las elecciones que llevaron a la ajustada reelección de Rousseff, estalló el escándalo en Petrobras, Lula emergió como salvador de la campaña, a pesar de que las acusaciones de corrupción ya apuntaban a ambos. Ahora Lula trata de recuperar la épica que le llevó a la presidencia en el 2003 y pretende impulsar cambios en la política económica para salir de la crisis. Además, cuenta con un capital político, influencia y carisma que Rousseff nunca ha podido lograr y con el que buscará reconstruir las relaciones con un atomizado Parlamento que debe decidir sobre la destitución de la mandataria.
Y por otro lado, nadie mejor que Lula para convencer a sus aliados en la coalición gubernamental de seguir apoyando a Rousseff, empezando por el centroderechista PMDB –que ocupa la vicepresidencia del país– y que amenaza con dejar el Gobierno dentro de un mes.
Por otra parte, el cargo ministerial impide que Lula sea detenido por el implacable juez Moro, pero no evitará tener que dar explicaciones ante la justicia, aunque ahora, como aforado, pasa a la jurisdicción del Tribunal Supremo.
En un salto hacia adelante, Lula se ubica como presidente en la sombra y ya no oculta su intención de dar batalla y presentarse a las elec- ciones del 2018, si la justicia no se lo impide. Algunos opositores se proponen impugnar el nombramiento con el argumento de que intenta eludir a los tribunales.
“La llegada de Lula fortalece mi Gobierno; es un hábil negociador”, declaró ayer Rousseff. “Mi relación con él no es de poderes o superpoderes”, añadió. “Tendrá los poderes necesarios para ayudar a Brasil”, agregó la presidenta, que entre 2005 y 2010 ocupó el ministerio de la Casa Civil y fue la mano derecha de Lula en la mayor parte de sus dos mandatos.
Con ironía, el diario Folha de São Paulo calificó ayer a Rousseff de “presidenta emérita”.
“Tendrá los poderes necesarios para ayudar a Brasil”, dice Rousseff, a quien la prensa tilda de “presidenta emérita”