Trump y Clinton se afianzan como rivales a la Casa Blanca
Tras la caída de Rubio, los republicanos sopesan cómo frenar al magnate
Las comparaciones siempre son odiosas y Dios nos libre de poner en el mismo saco a Hillary Clinton y a Donald Trump, pero comparten –además de una vieja amistad y la condición de multimillonarios– la gran paradoja de ser los candidatos preferidos en sus respectivos partidos, y, al mismo tiempo, los aspirantes a la Casa Blanca que generan mayor rechazo en la sociedad estadounidense. Ninguno de los dos inspira confianza en dos terceras partes de sus compatriotas, pero después de sus victorias el martes en las elecciones primarias que celebraron varios estados será muy difícil que las conspiraciones de sus adversarios puedan impedir que ambos acaben disputándose la presidencia de Estados Unidos.
Hillary Clinton consiguió el martes una ventaja prácticamente inalcanzable sobre su competidor Bernie Sanders venciendo con autoridad en Florida, Carolina del Norte y Ohio y repartiéndose con su rival los delegados de Illinois y Misuri. Por su parte, Donald Trump, pese a todas las campañas en su contra, ganó de forma tan contundente en Florida que además de apuntarse los 99 delegados en liza expulsó de la carrera a Marco Rubio, la gran esperanza del establishment republicano. El magnate venció además, aunque con resultados más ajusta- dos, en Illinois, Carolina del Norte y Misuri. En el acopio de delegados calculado por Associated Press, Clinton ya cuenta con 1.599 de los 2.383 necesarios para la nominación automática. Trump ha reunido 661 delegados de los 1.237 necesarios. Ambos actúan ya como candidatos nominados que se reconocen como los auténticos rivales. “Cuan- do un candidato dice que deportará a doce millones de inmigrantes, que prohibirá a los musulmanes entrar en Estados Unidos y que defenderá la tortura, eso no lo convierte en un candidato fuerte, sino en un hombre equivocado”, declaró Clinton en el discurso con que celebraba sus victorias del martes. Trump puso ayer en circulación un vídeo publicitario en el que Clinton aparece ladrando como un perro y Vladímir Putin se ríe de ella.
Pero el magnate tiene que resolver antes algunos asuntos en el bando republicano. Todos los estrategas electorales andan haciendo cálculos y han llegado a la conclusión de que la única manera de impedir la nominación de Trump es que no alcance la cifra de 1.237 delegados que le designen automáticamente. En tal caso, la convención de Cleveland en julio sería abierta, las distintas facciones del Partido Republicano negociarían con la maldad y el morbo que suelen mostrar las series de televisión más exitosas del momento y quizá entonces un frente unido anti Trump podría derribar al magnate.
Ante esa posibilidad, el millonario candidato ha reivindicado su capacidad de atraer nuevos votantes al Partido Republicano y ha expresado su vocación de unir y no dividir a los conservadores. Pero por si no le habían entendido lo suficiente, ayer mismo lanzó una seria advertencia a sus presuntos correligionarios partidarios de derribarle: “Habrá disturbios”, dijo. Se apresuró ayer de buena mañana a intentar disuadir a sus adversarios de practicar la guerra sucia. “Creo que vamos a ganar antes de llegar a la convención, pero si tenemos veinte o
Tras la caída de Rubio, el dilema republicano es asumir los resultados o forzar una convención abierta
cien votos menos o si estamos en 1.100 delegados y otros tienen 500 o 400, que es lo previsible, no veo cómo nos podrán negar la nominación automática... En ese caso pienso que habría disturbios”, declaró a la CNN. En su opinión, la conspiración contra él sería tanto como “privar a las personas de sus derechos” y por ello vaticinó “problemas como nunca los hemos visto antes y ocurrirían cosas muy malas”.
De hecho, lo que se denomina una brokered convention es lo que propone abiertamente John Kasich para imponerse al magnate. El gobernador de Ohio derrotó a Trump jugando en casa, pero no tiene ninguna posibilidad de ganar las primarias en su conjunto. Con menos delegados que el caído Marco Rubio, su objetivo es llegar a la convención y forzar una votación in extremis. “Nadie va a tener suficientes delegados para ganar en la convención, todo el mundo se va a quedar corto y yo seré elegido candidato”, declaró Kasich el martes. Pero su plan presenta más dificultades que subir al Everest con chancletas. De entrada necesita el dinero de los grandes donantes que hasta ahora confiaban en Jeb Bush o Marco Rubio. Luego necesita ganar en otros siete estados para poder participar como aspirante en la convención abierta. O eso o tener suficientes apoyos para cambiar las reglas.
Kasich es el único interesado en la convención abierta porque Ted Cruz tampoco tendría ninguna posibilidad en esa circunstancia. El senador de Texas sólo aspira a que Kasich se retire para quedarse él con todos los votos que no tiene Trump. Es probable que Kasich reciba apoyos para aguantar precisamente para que eso no ocurra. Buena parte del establishment teme más a Cruz que al propio Trump.
En cualquier caso, la convención abierta se plantea como una batalla campal. Los candidatos que han tirado la toalla como Rubio, Carson o Bush han “suspendido” su participación, lo que significa que pueden volver en cualquier momento y ha- cer valer los delegados que les quedan en las maniobras y conspiraciones que sucederían en una convención sin candidato claro. El exlíder de la Cámara de Representantes John Boehner ya ha apostado por elegir un candidato de consenso y propone a su sucesor, Paul Ryan.
La convención es normalmente el trampolín de un candidato decidido de antemano. Hay que remontarse hasta 1948 para encontrar un precedente en el GOP, cuando Thomas Dewey, entonces gobernador de Nueva York, ganó la nominación después de tres votaciones. La experiencia fue nefasta porque, contra todo pronóstico, perdieron luego la elección presidencial frente a Harry Truman.