Las Indias Occidentales
El colombiano Pablo Montoya ganó el Rómulo Gallegos con una exploración del intercambio artístico en el siglo XVI
Tríptico de la infamia, ganadora del premio Rómulo Gallegos, es una excelente novela de Pablo Montoya construida a partir de tres historias ambientadas en los primeros años de la llegada de los primeros europeos a lo que hoy se conoce como América Latina.
Del mismo modo que hay que agradecer a la Academia Sueca que haya hecho llegar al gran público la obra de autores como Svetlana Aleksiévich o Elfriede Jelinek, al premio Rómulo Gallegos –el de mayor tradición en el ámbito hispanoamericano, que coronó en su día a Vargas Llosa o García Márquez– le debemos que se haya editado en España Tríptico de la infamia (Random House), la excelente novela de Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) que ganó la última edición de este galardón bianual, dotado con 100.000 dólares, que el autor ya ha cobrado, con un pequeño retraso a causa de la crisis del país. Montoya atiende a este diario en la terraza del mítico hotel El Prado de Barranquilla, justo en el lugar donde García Márquez llevaba a bailar a su novia Mercedes Barcha, en las matinales con orquesta que se celebraban los domingos.
Tríptico de la infamia son tres his- torias entrelazadas ambientadas en los primeros tiempos del encuentro de los europeos con América Latina, que dejó en 10 millones los habitantes de un continente que antes de los conquistadores tenía 80. La primera parte está protagonizada por el cartógrafo Jacques Le Moyne –que participó en el asentamiento hugonote de La Florida–, el pintor François Dubois –autor del cuadro de la Matanza de san Bartolomé– y un grabador de Lieja llamado Théodore de Bry, que ilustró las atrocidades descritas por Bartolomé de las Casas. “Descubrí a estos tres pintores protestantes del XVI en la década de los 90, cuando yo era estudiante de literatura en la Sorbona”.
“Las novelas históricas –prosigue– le dan un gran espacio a los guerreros, a los conquistadores, a gente que se pasaba el día matándose, pero yo he preferido a los artis- tas, mis personajes son pintores, en cada expedición había un cartógrafo que dibujaba esos mundos recién descubiertos”.
La primera parte se centra en “el descubrimiento del nuevo mundo, los viajes transatlánticos, el Caribe y los sentidos, como un homenaje a Carpentier”; la segunda, “con Dubois en su exilio de Ginebra, ya es más pausada, con una parte erótica muy fluida y un personaje melancó- lico”. La tercera “juega de frente la carta de la reflexión ensayística, hay incluso un cameo de Durero y aparece el narrador del siglo XXI que escribe una novela sobre esos tres pintores”.
El libro muestra que la barbarie no se produjo solo en América sino que los europeos no llevaron a América nada que no tuvieran en casa. Dubois, por ejemplo, “estuvo en la masacre de San Bartolomé de París y la reflejó en ese último cua-
“Las novelas históricas son de guerreros, yo he preferido a los artistas, a los pintores que llegaban de Europa”
dro que se le atribuye. Con su historia muestro lo que le sucede al pintor occidental posteriormente, pues reflexiona de un modo muy moderno sobre lo que significa pintar el silencio, y tiene la visión erótica de la pintura propia de Degas y hay una referencia a El origen del mundo de Courbet”.
Hablando de arte, la novela de Montoya habla en realidad de temas muy profundos. Hay en ella una escena de gran intensidad, cuando Le Moyne y un indígena se pintan mutuamente los cuerpos. “Los cronistas de Indias tuvieron unos prejuicios notables contra los indígenas, a los que veían como animales irracionales. Pero otros tuvieron una mirada anticipatoria de la antropología. Hay algunos viajeros europeos distintos, y uno de ellos fue Le Moyne, muy respetuoso incluso con los indígenas hermafroditas y homosexuales”.
La mirada del narrador es contemporánea y anacrónica, pues los personajes citan aspectos de Blade runner o teorías de Levi-Strauss, rompiendo los moldes de la novela histórica. “No hago arqueología, ni de conceptos ni del lenguaje”, argumenta. Las escenas violentas –hay incluso batallas navales– son brutales pero están tamizadas –e incluso estilizadas– por el lenguaje “y por el filtro de la pintura. Describo las atrocidades con lenguaje poético y ensayístico”.
Ahora, Montoya, antiguo flautista de orquesta sinfónica, escribe una novela de formación ambientada en el mundo de la música.