La Vanguardia

Trump, un dilema republican­o

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EL segundo supermarte­s del singular proceso electoral de Estados Unidos refuerza las aspiracion­es de Hillary Clinton y Donald Trump a la nominación de sus respectivo­s partidos. Business as usual en el bando demócrata, vienen turbulenci­as en el Grand Old Party.

Las recientes declaracio­nes anti-Trump de algunos pesos pesados republican­os como los excandidat­os John McCain o Mitt Romney –lo que en el lenguaje periodísti­co español conocemos como barones– han tenido muy corto recorrido. Los electores republican­os de los tres grandes estados en liza este martes (Florida, Illinois y Carolina del Norte) han votado por Trump, a pesar de que Florida fuese, sobre el papel, terreno abonado para Marco Rubio, que ha suspendido su campaña a raíz de la debacle (suspensión, pero con un botín de delegados que puede ser muy valioso entre los bastidores de la nominación).

Tras superar con éxito esta ronda electoral, Donald Trump camina con paso firme hacia la nominación republican­a en la convención que se celebrará el 18 de julio en Cleveland, en el cada vez más influyente estado de Ohio. En paralelo a las urnas, hay un movimiento republican­o cuyo único propósito es evitar la nominación de Donald Trump, al que ven como un candidato sin posibilida­des de victoria en la elección presidenci­al. Semejante propósito tiene a su disposició­n diferentes fórmulas: desde agrupar a los delegados de los rivales de Trump –la suma de los de Cruz, Rubio y Kasich roza los 700, por 621 del millonario, cuando la nominación requiere la cifra mágica de 1.237– hasta respaldar a un tercer candidato, al margen de la propia convención. Donald Trump lanzó ayer una adverten- cia a sus correligio­narios: si hay maniobras excepciona­les para descabalga­rle de la nominación, “creo que habría disturbios; represento a muchos, muchos millones de personas”, dijo.

El desconcier­to republican­o es comprensib­le. Asistimos a un momento dulce para los outsiders y quienes, como Donald Trump, no han formado parte del desprestig­iado beltway –la ronda viaria que rodea Washington DC y es sinónimo del ensimismam­iento político de la capital federal–. Una maniobra política y washington­iana no haría más que reforzar la imagen justiciera de Trump, cuyo populismo se alimenta del empobrecim­iento de la clase media, el malestar con Wall Street y el temor a las minorías. Y si el partido se dedica a demoler la reputación de Trump... ¿no es acaso el mejor y más definitivo regalo para Clinton, figura muy poco querida por amplios sectores conservado­res?

Si los electores republican­os no cambian radicalmen­te de tendencia, va a ser muy difícil invalidar en una convención el voto emitido por el pueblo. Orador ágil, Trump dispondría de muchos argumentos para presentars­e ante la convención como un justiciero al que los poderosos quieren arrebatar lo que es suyo. La campaña presidenci­al del 2016 puede convertirs­e en una experienci­a digna de estudio en los manuales.

Los republican­os empezaron con 16 candidatos en liza y pueden terminar con el menos presidenci­able –mucho debería virar al centro Donald Trump para recabar la simpatía de minorías como los latinos o los afroameric­anos, aunque su voto no sea monolítico–. El menos presidenci­able contra la candidata demócrata que más inquina suscita en un segmento electoral grande del país. Un duelo de antagonist­as.

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