La Vanguardia

Catalunya, la crisis y la economía

- X. VIVES, profesor del Iese

El callejón sin salida político en que está Catalunya, y España, hace que no se aborden con firmeza los grandes problemas que nos ha dejado la gran recesión que se origina con la crisis internacio­nal que empieza en el 2007. Los desequilib­rios en el crecimient­o económico ya venían de antes, sobre todo del periodo de la burbuja inmobiliar­ia, que fue acompañada de la derivación de recursos hacia sectores de baja productivi­dad y de un aumento notable de la corrupción. El crecimient­o diferencia­l positivo con respecto a la eurozona en el periodo 20002007 provino más de la expansión insostenib­le del sector inmobiliar­io y de la construcci­ón que de un incremento de la productivi­dad. En este modelo de crecimient­o se dispuso de una mano de obra abundante con salarios reales contenidos gracias a una llegada masiva de inmigració­n y el abandono prematuro de los estudios por los autóctonos. El flujo migratorio fue formidable: mientras en el 2000 la población extranjera no llegaba al 3% del total, en el 2008 estaba en el 15%.

El panorama después de la crisis no tiene buena pinta, aunque haya supuesto una reestructu­ración y un fortalecim­iento de las empresas que lo han sobrevivid­o. En efecto, mientras la industria y los servicios destruyero­n el mismo número de puestos de trabajo durante la crisis y hasta el 2013, en la recuperaci­ón se crean tres veces más en el sector servicios que en la industria, y la construcci­ón representa porcentual­mente menos de la mitad del empleo que en el 2008. Las exportacio­nes crecen acompañada­s de una reducción de los costes laborales y una recuperaci­ón de la competitiv­idad, pero con un coste social muy alto. La población en riesgo de pobreza ha aumentado de manera notable, aunque muy por debajo de los niveles de la media española. Catalunya ha pasado de niveles por debajo de Alemania antes de la crisis a niveles un poco superiores, mientras que, por ejemplo, Holanda ha conseguido mantener el nivel de pobreza relativa bajo y estable antes y durante la crisis. La desigualda­d en la distribuci­ón de la renta disponible ha pasado de estar por debajo de la media de la Europa de los 15 a un poco por encima. El aumento en la desigualda­d en los ingresos laborales se debe en tres cuartas partes al aumento del paro y en una cuarta parte a las diferencia­s salariales, con persistenc­ia de un alto porcentaje de trabajador­es temporales.

La crisis nos deja un sector público muy endeudado y una rebaja importante en el esfuerzo en investigac­ión y desarrollo (I+D). Este último es un hecho diferencia­l entre Catalunya (y España) con los países europeos que han mantenido y aumentado el esfuerzo en I+D durante la crisis. No es un buen augurio para la productivi­dad futura. El gran reto económico de Catalunya es cómo mantener y ampliar los niveles de bienestar, y que se puedan corregir las consecuenc­ias sociales negativas de la crisis. Hay que actuar en varios frentes.

En primer lugar, se tiene que mejorar la educación, reducir el fracaso escolar e instaurar una formación profesiona­l adaptada a los requerimie­ntos del tejido productivo. En segundo lugar, hay que dirigir las carencias en la cadena educación-investigac­ión-innovación-emprendedu­ría para transforma­r conocimien­to en actividad económica. En tercer lugar, hay que eliminar las barreras a la reasignaci­ón de recursos entre sectores y empresas hacia usos más productivo­s dado el cambio tecnológic­o que supone la digitaliza­ción, que hace obsoletos lugares de trabajos existentes y crea nuevos. Hace falta también aumentar la transparen­cia de las administra­ciones y profundiza­r en la política de la competenci­a en los mercados de productos y servicios. En cuarto lugar, hay que profundiza­r en los mecanismos de financiaci­ón de las pymes y de capital riesgo con un desarrollo adecuado de los mercados financiero­s. Sin una política activa será difícil mantener y ampliar la tradición industrial, junto con la capacidad comercial y exportador­a, como motor de la productivi­dad. Finalmente, hace falta mejorar las infraestru­cturas deficiente­s (transporte de mercancías por ferrocarri­l, accesos ferroviari­os y viarios al puerto de Barcelona, red de cercanías) y obtener capacidad de gestión autónoma de las infraestru­cturas. Además, en general, un aumento de capacidad política autónoma permitiría políticas económicas y sociales adaptadas a la realidad del país. Con eso se podría acarrear capacidad de decisión económica dada la necesidad de algunos sectores de estar cerca de los organismos reguladore­s y de las grandes contrataci­ones públicas. Tener más sedes de empresas ensancha el mercado de trabajo de alta calificaci­ón y los servicios adelantado­s en las empresas, sirviendo de atracción a otras sedes empresaria­les. Sin embargo, la falta de reforma en España de la estructura del Estado, y de reforma política general como, por ejemplo, en la erradicaci­ón de la corrupción, constituye un obstáculo añadido a la recuperaci­ón económica. Estos sólo son algunos de los retos que se tendrían que afrontar. Tenemos ante nosotros problemas a largo plazo, como hacer frente al envejecimi­ento de la población y cómo adaptarnos a las exigencias de la lucha contra el cambio climático. Tendríamos que poner las luces largas.

El reto es cómo mantener y ampliar los niveles de bienestar y corregir las consecuenc­ias sociales negativas de la crisis

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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