Médicos y sucedáneos
Charla con amigos sobre cuestiones médicas. De momento, ningún susto entre los presentes, pero todos han tenido sus coqueteos con la salud, no en vano el tiempo es tan implacable como la biología. Y en estas, alguien suelta la gran frase –“yo no creo en los médicos”– y nos explica que cree en la homeopatía, que las medicinas alternativas escapan al control pérfido de las farmacéuticas, que hay formas “naturales” de curar y, en pleno éxtasis de confesión, asegura que todo es culpa de la falta de equilibrio de nuestras vidas, y que lo insano del cuerpo nace de lo insano del alma. Es así como, sin esperarlo, descubrimos que nuestro amigo medio ateo resulta que es un creyente de la fe alternativa, y de golpe, a pesar de la barba, le sale rostro de monja Forcades. Sobra decir que su expresión de fe abre un acalorado debate que divide al mundo entre los ortodoxos de la medicina, los de “nunca se sabe” y el amigo abducido por el paraíso de las “otras medicinas”, léase flores de Bach, homeopatía y no se sabe si el tarot del fin de semana. Y lejos de resolver el entuerto, acabamos todos medio enfadados.
Perdonen, pero soy incapaz de en-
En tiempos de desconcierto sólo se puede creer en la medicina, la única religión que no nos falla
tenderlo. Esto es lo mismo que los colegas que repudian su educación católica porque la consideran una patraña monumental y después se van a India a buscar algún gurú sanador. Por supuesto, cada cual hace lo que le apetece, y este artículo sólo es una reflexión de bolsillo sin otra ambición que pensar en voz alta. Pero si bien lo de los dioses me resulta indiferente, lo de los médicos me parece una enorme estupidez que, además, puede tener efectos letales en la salud. ¿Cómo es posible que a estas alturas de la medicina, con siglos de avances médicos que han curado enfermedades mortales, han erradicado plagas y han alargado los plazos de vida, aún haya quien lo repudie por “oficial” y se deje seducir por cualquier vendedor de pócimas? Puedo llegar a entender que eso ocurra cuando los médicos han desahuciado a una persona, y la desesperación busca cualquier atajo, pero en condiciones de buena salud, es incomprensible.
Quizás se trata de la eterna desconfianza del ser humano con lo establecido, del punto de rebeldía que late bajo toda piel, y que en algunas ocasiones estalla contra lo más insospechado. Pero incluso aplaudiendo el sentido de la crítica, la perseverancia en la duda y la rebeldía como forma de reacción, continúa siendo un disparate poner en cuestión a los médicos. Al revés, en tiempos de desconcierto, sin ideas que salven al mundo ni dioses infalibles, es posible que sólo podamos creer en la medicina, el único dios laico que no ha fallado al ser humano. Es una creencia que no exige fe ni doctrina, sino la simple aplicación del sentido común. Dijo Hipócrates: “La madre del conocimiento es la ciencia; la opinión genera ignorancia”. Esa es la diferencia entre un médico y un vendedor de humo.