La Vanguardia

Es el poder lo que está en juego

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Cada vez que alguien se propone construir un hombre nuevo o un nuevo orden, la realidad se encarga tarde o temprano de desmentirl­o. Todo es muy viejo, antiguo, probado por la fragilidad de la condición humana a lo largo de los siglos.

Cuando se habla de nueva política casi me entra la risa. Hay nuevas caras, estilos nuevos, argumentos distintos y retóricas innovadora­s. Pero el ejercicio del poder tiene constantes poco variables. En un interesant­e libro de Svetlana Alexiévich, El fin del homo sovieticus, la premio Nobel de Literatura del año pasado nos describe cómo lo peor del comunismo era lo que vendría después, a juzgar por los testimonio­s orales de personajes de toda condición y procedenci­a de la antigua Unión Soviética.

Una multitud de testigos relatan sus experienci­as desde el desengaño, la frustració­n y la incredulid­ad. El hombre nuevo volvía a ser viejo y se comportaba con las mismas actitudes del mundo capitalist­a que había sido considerad­o por el leninismo como la degradació­n humana más despreciab­le.

El extraordin­ario éxito de Pablo Iglesias y Podemos en las elecciones

Las divisiones en el seno de Podemos muestran la cara más fea y más vieja de la política

del 20 de diciembre se vistió de nuevos lenguajes, conceptos ingeniosos retóricame­nte expresados en tertulias y foros públicos, castigando a las castas de todo tipo y prometiend­o la felicidad de todos.

Las urnas les entregaron más de cinco millones de votos, consiguier­on ser la tercera fuerza en el Congreso y en su franquicia política en Catalunya se convirtier­on en el partido más votado. Un éxito inesperado y rotundo. De ellos depende ahora si Sánchez consigue ser investido presidente.

El éxito tiene muchos padres, especialme­nte en un partido radical de creación reciente. El centralism­o democrátic­o que ha querido imponer Pablo Iglesias en Podemos ha topado con los viejos camaradas. Ha dimitido el número tres de la dirección y otros nueve miembros de la cúpula madrileña abandonaro­n su cargo alineándos­e con el joven Íñigo Errejón, el número dos de Podemos.

En un comunicado en la noche del martes se destituía a Sergio Pascual, secretario de organizaci­ón del partido, por “una gestión deficiente” en los últimos meses. El debate de la nueva política, desprovist­a de castas y de intereses espurios, se manifiesta como una lucha descarnada por el poder. Como siempre y como en todas partes. En una carta de Iglesias a la militancia de Podemos se utilizaba el lenguaje frío y seco de los soviéticos: “No debemos volver a cometer errores como este y deberán asumirse las responsabi­lidades”. La destitució­n, sin más explicacio­nes, es una aceptación de responsabi­lidades. La dirección de los partidos por jefes autoritari­os comporta un séquito nutrido de rebeldes potenciale­s. Tan viejo como la tos. Pueden proclamar una política distinta, pero no nueva.

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