El ejército en la escuela
Escribo este artículo a sabiendas de que probablemente bastantes lectores de La Vanguardia no estarán de acuerdo conmigo. Una encuesta del diario dio como resultado que un 71% opinaba que el ejército tenía que estar presente en el Saló de l’Ensenyament celebrado en Barcelona. La alcaldesa Colau cree lo contrario, y así se lo manifestó a dos de los militares asistentes al certamen, dando lugar a la consiguiente polémica.
Un incidente sin auténtica importancia cuando lo relevante es el propósito de que el próximo curso la escuela imparta asignaturas sobre el ejército tanto en primaria como en secundaria. Hasta el momento no se han elogiado las armas en las aulas, sino que más bien se han cubierto las paredes con murales sobre la paz. Al parecer, lo que se pretende es asociar ejército con valores sociales, cívicos y éticos y dar a conocer las bondades del Ministerio de Defensa. El antiguo apelativo de Ministerio de la Guerra ha sido sustituido desde hace años, y en la mayor parte del mundo, por el eufemismo Defensa. Bajo semejante título se amparan tanto los que tiran la primera piedra como la segunda, los que se han armado en primer lugar o a continuación. Las fuerzas armadas españolas invocan sus actuaciones de asistencia en países en guerra, y en este punto no vale otro nombre para la realidad. Donde existen armas existe guerra, o dicho a la inversa, y hay soldados, y se producen muertos, heridos y miseria, y aparecen unas oenegés que ayudan sin ser castrenses.
Horrorizados por la mortandad que ha- bía causado la Primera Guerra Mundial, Freud y Einstein, entre otros, firmaron en 1930 un manifiesto en el que se proclamaba que quienes “desean la paz deben exigir la abolición del entrenamiento militar de la juventud”, puesto que se trata de “la educación de la mente y del cuerpo en la técnica de matar. Frustra el desarrollo de la voluntad de paz del ser humano”. Así pues, milicia y educación no debían, no deben, mezclarse. Como no hay que confundir la intención de la mayor parte de los jóvenes que se acercaron al stand del ejército en el mencionado salón. Interesarse por un posible puesto de trabajo cuando la falta de empleo constituye un azote para los jóvenes en edad de trabajar no tiene otro significado que el de atisbar una colocación. No amar las armas en sí mismas es la primera garantía de paz.