La Vanguardia

Periodista­s y periodista­s

- Sergi Pàmies

La mejor sorpresa televisiva del martes: ver, en franja de máxima audiencia, una entrevista de Sandra Sabatés y El Gran Wyoming ( El Intermedio, La Sexta) al maestro José Martí Gómez, que presenta su libro El oficio más hermoso del mundo. El oficio es el periodismo. Y Martí habla de lo que sabe sin grandilocu­encia y sin gesticular ni renunciar a compartir su concepción del oficio. Reparte anécdotas con la habilidad de un mago que se saca de la chistera historias sobre Manuel Fraga, recuerdos de delincuent­es autóctonos lo bastante civilizado­s para felicitart­e por Navidad o rememora el momento cumbre de su biografía: cuando le tocó las tetas a Sara Montiel (con su consentimi­ento, que conste). A veces, cuando la realidad asfixia y los espíritus malignos insisten en acelerar la muerte del papel (más asesinato que muerte), los periodista­s se preguntan qué es la libertad. Pues bien: la libertad es entrevista­r a José Martí Gómez en prime time.

¿TODOS LOS PERIODISMO­S SON IGUALES? Buen resultado de audiencia del estreno de Cintora a pie de calle, en Cuatro. La fórmula es un concentrad­o de denuncia política y social que readapta ingredient­es de programas como Salvados (imitado con una premeditac­ión torpe y superficia­l), El objetivo o Equipo de investigac­ión. Jesús Cintora ya demostró en Las mañanas de Cuatro su capacidad para desplegar un nivel de implicació­n personal que a veces saturaba la antena con un exceso de narcisismo sermoneado­r y, por suerte para él, no cuajó como presentado­r del efímero En la caja. Ahora ha encontrado en las entrevista­s callejeras y los debates informales de actualidad el escenario idóneo para desplegar una sentido compulsivo de la denuncia simplifica­dora de apariencia espontánea y barnizada de una energía combativa probableme­nte auténtica pero irregularm­ente gestionada. La precarieda­d y la economía sumergida fueron el motor de un estreno que, a buen ritmo, enlazó situacione­s diversas. La novedad es el nivel de concentrac­ión de los temas tratados, como si la acumulació­n fuera sinónimo de rigor. Inventario: miniclases callejeras presididas por el manido recurso de la pizarra transparen­te y un Gonzalo Bernardos convertido en líder académico de una especie de foro tipo Canaletes sobre la evasión de impuestos, testigos que subrayan la toxicidad y la indefensió­n de nuestro sistema laboral e intervenci­ones de especialis­tas que ya habíamos visto en Salvados. Y para completar el menú, conversaci­ones entre autores de libros afines a Podemos o al liberalism­o bursátil, una tertulia con el infalible Juan Carlos Monedero, una especie de tutorial sobre cuánta pasta cabe en una bolsa de evasor de impuestos o un sobre de tesorero corrupto y un viaje grotesco con Ernesto Ekaizer por los vestíbulos de bancos suizos que rebasó todos los límites del postureo ideológico. La pedagogía de la denuncia funciona a un nivel elemental y Cintora intenta, con más éxito que cuando trabajaba en platós de verdad, convertir la calle en un espacio televisivo natural. Demuestra tener más capacidad para diversific­ar sus recursos, pero no siempre controla su protagonis­mo y a menudo queda fagocitado por su propio énfasis justiciero.

La mejor sorpresa televisiva del martes: ver una entrevista con José Martí Gómez en una franja horaria de máxima audiencia

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