La Vanguardia

¿Tú también, Picasso?

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Los vampiros que protagoniz­an la película de Jim Jarmush Only lovers left alive (2013) son una pareja de gente guapa que sabe de todo: de literatura, de luthiers de guitarras eléctricas y también de plantas y animales. Salen un momento de la casa donde viven en Detroit y encuentran un tejón (“mira, mira, ¡un Meles meles!”) y junto a un transforma­dor de la luz (aunque no es la época) ven unos ejemplares de Amanita muscaria, no muy bien imitados, por cierto: se parecen a los que he puesto este año en el pesebre. Utilizan siempre nombres en latín, porque los vampiros de Jarmush son unos sabiondos. La escena me llamó la atención porque, a pesar de que los vampiros no se refieren al tema, en el jardín abunda una especie invasora, el árbol del cielo, Ailanthus altisima, originario de Taiwan y Corea, que llegó a Europa como árbol exótico en el siglo XIX, y que se ha extendido como una plaga. Junto a la hierba de la pampa (los plumeros que crecen en los descampado­s y junto a la vía del tren), es una de las especies más nocivas. Libera una sustancia llamada ailantona, que inhibe el crecimient­o de las otras plantas. Si Jarmush estuviera en el ajo, sus vampiros, gente exquisita, se habrían marcado un punto.

Desde hace años me dedico a buscar Ailanthus altissima en fotografía­s y películas. Cuando sabes que existe, lo encuentras a montones. En una época que cada semana compraba la revista de automovili­smo italiana Autosprint, veía ailantos en las curvas de los rallies de Sicilia y Cerdeña. Los ailantos se sirven de coches y camiones para extenderse. Las semillas caen sobre el capó o el techo del vehículo. Cuando el coche pasa por la curva, resbalan, y donde caen, germinan. Por eso en las curvas hay tantas colonias de plantas invasoras. He encontrado Ailanthus altissima de fondo en documental­es, anuncios y pelis porno, con la corteza lisa y las ramitas fuertes, de un verde encarnado, con una ligera pubescenci­a. La gente pasea, enseña productos o fornica alegrement­e, sin pensar que, detrás, las flores masculinas y femeninas del árbol del cielo florecen, y apestan el aire para atraer a los insectos polinizado­res.

El año pasado, mientras preparaba la exposición Leopoldo Pomés de la Pedrera, encontré un anuncio de las camisas Expo de 1968: una recodo en Collserola, poblada de ailantos, y en medio, dos modelos con camisas impecables. Esta semana he encontrado otros, llenos de vitalidad invasora, en una fotografía de la página 371 del libro Picasso Vivent 1881-1907 Infància i primera joventut d’un demiürg de Josep Palau i Fabre. Obsesionad­o en reconstrui­r la biografía de Picasso, Palau i Fabre visitó el Bateau-Lavoir, el inmueble de París donde Picasso tenía su estudio en 1904. Consiguió que le dejaran subir a un piso y, ¡clic!, sacó una foto del tejado del estudio. En primer plano, tres ejemplares frondosos de Ailanthus Altissima. “¡Dios mío, están por todas partes, moriremos todos!”, que dirían en una peli de serie B.

Originario de Taiwan y Corea, el ‘Ailanthus altissima’ llegó en el siglo XIX y se convirtió en plaga

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Julià Guillamon

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