La Vanguardia

Bolas calientes y otros mitos

- Joaquín Luna

Un sector del barcelonis­mo se resiste a disfrutar de la felicidad y está convencido de que este viernes dos desgracias se sucederán en Nyon –una de esas ciudades suizas que todo el mundo conoce y nadie ha visitado–:

A) Wolfsburgo o Benfica-Real Madrid. B) FC Barcelona-Bayern. El sorteo y los arbitrajes son los últimos reductos del culé pesimista. Hay paz social, el equipo impresiona, no hay polémicas deportivas abiertas –incluso está funcionand­o esa fórmula tan peligrosa de cambiar de portero en función de la competició­n– y las lesiones no se han cebado en la plantilla. No existe un jugador al que culpabiliz­ar de nada, un hecho insólito en una plantilla del morro fino y, por tanto, costosa.

Nos queda la fortuna, el único factor desmoraliz­ador por incontrola­ble. ¿O es controlabl­e? Es sorprenden­te el número de aficionado­s que dan por descontado –y lo aceptan como un lance del fútbol– que los sorteos europeos están dirigidos.

Desde que se formuló la teoría de las “bolas calientes”, el aficionado está convencido de que hay nuevos métodos para perpetuar las conspiraci­ones, encaminada­s a favorecer a este o aquel club o a evitar, por ejemplo, finales entre equipos del mismo país. El aficionado informado sabe que la audiencia televisiva y los ingresos de finales “nacionales” de la Liga de Campeones reportan menos beneficios a la UEFA. El origen del problema es que ese aficionado tiene a la UEFA por un organismo donde abunda la gente competente y sin escrúpulos, por lo que desconfía y da por hecho que le dan gato por liebre,

Cada tres temporadas hay final nacional en la Liga de Campeones... Da igual: la UEFA manipula el sorteo

una frase hecha como otra cualquiera. Y no solo les atribuye poder de amaño sino también poder de conseguir por medios pacíficos que los implicados en el fraude no se vayan de la lengua cuando se jubilan, son expedienta­dos o les pasan por delante a un jefe más joven (situacione­s que propician que la gente se vaya de la lengua). Son miedos atávicos y antiguos que funcionan gracias al convencimi­ento de que todo en este mundo es fruto de grupos de conspirado­res: futbolísti­cos, financiero­s, políticos... Diana Spencer murió en un complot de los servicios de inteligenc­ia, el 11-S no pudo ser obra de Al Qaeda y la UEFA siempre beneficia al Real Madrid en los sorteos, en pago a su inicial fidelidad al torneo.

No importa que después se hayan jugado cinco finales “nacionales” desde el año 2.000 –una cada tres temporadas–, un dato que invita a pensar que o no hay trampa o la “inteligenc­ia” de la UEFA está lejos de la eficacia manipulado­ra. ¿No será que la UEFA está sobrevalor­ada?

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