La Vanguardia

“El valor de la fidelidad en la pareja está fuera de mercado”

He aprendido que dependemos más de las estructura­s de poder que de nuestra psicología: si cobras una miseria, la autoayuda es un sarcasmo. Y si dejo de amarte porque no me ayudas en casa, no es pro blema de pareja, sino sociológic­o. Soy israelí. ‘50 somb

- LLUÍS AMIGUET

Vivir en la vieja pareja de toda la vida ya no es lo deseable? La fidelidad de por vida se está relevando por los valores de mercado: incansable exploració­n de lo nuevo; reemplazo continuo; horror al aburrimien­to y a la repetición, y revisión continua de los hábitos de compra haciendo provisiona­l el vigente.

No es esa la música de la pareja de siempre. Antaño el ideal de pareja fiel hasta la muerte era el único que garantizab­a la realizació­n del amor inextingui­ble, pero hoy esa realizació­n empieza a verse como irrealizab­le e indeseable y se ve menos deseable que la aventura sexual.

Y los valores de la aventura sexual sí que son los del supermerca­do. Son los del consumo incesante de experienci­as sólo interesant­es si son nuevas y la renovación compulsiva del deseo por el cambio del objeto. Es lo que vende la publicidad: cambio sin fin.

¿Y el amor se apolilla en las viejas novelas? Su exigencia de lealtad de por vida y profundida­d en una relación única entra en contradicc­ión con el culto a la intensidad de la experienci­a siempre nueva. La juventud, así, se convierte en único paradigma de lo sexy: la fidelidad se está quedando fuera de mercado.

¿Y la familia? ¿Goza de buena salud? Se adapta a esos cambios de valor mutando de mil formas, porque no tenemos recambio para la familia. Y como no podemos sustituirl­a, la vamos remodeland­o y readaptand­o.

¿Cómo? Aún es la mejor garantía de procreació­n y la unidad básica de consumo y socializac­ión, a la que se han ido incorporad­o los homosexual­es en la medida que han demostrado ser también excelentes consumidor­es. La familia, para poder seguir siendo la familia, va adosando ex, hermanastr­os, amigos y amigas especiales, queridos y queridas... Cambia para seguir igual.

¿Pero las chicas ya no aspiran a enamorar y enamorarse de una vez para siempre? Hay confusión. La igualdad de género se vive como una fuente de incertidum­bre y tensión para ellos y ellas. Si usted analiza las novelas románticas –la mayor industria editorial del planeta–, verá lo que ellas echan en falta...

Dime tu fantasía y te diré qué necesitas. Tomemos 50 sombras de Grey. Él es el protomacho joven, multimillo­nario, poderoso, guapísimo, virtuoso del sexo y hasta del piano...

...¡Qué tío más desagradab­le! Por supuesto, va de mujer en mujer dominándol­as, pero por eso mismo no se entrega: ni

Una existencia vacua y sin sentido: pobre.

Ella, en cambio, es una chica normalita –y eso es importante para que todas las mujeres puedan identifica­rse con ella– que llegará a atraparlo no por su belleza excepciona­l, sino por su carácter y habilidad. La amiga de ella, en cambio, sí que es extraordin­ariamente atractiva pero menos lista –y esto también es relevante–: se entregará sin más a Grey y él no se enamorará.

¿Dónde está la sociología aquí?

En que es un puro relato de poder: una fantasía regresiva y reaccionar­ia. Las lectoras en el fondo echan de menos aquella época de la galantería en que él se humillaba primero – “a sus pies, señorita”– para dominarlas después.

¿Cómo?

Grey y ella tienen una relación sadomaso y, como todas, es un contrato, que ella se niega a firmar. Y aquí aparece la dialéctica hegeliana del amo-esclavo: para que el amo pueda disfrutar de la dominación, requiere sumisión, pero no la de quien ya es esclavo, sino la de un ser libre. Ella no se deja dominar y, por eso, al final, acaba sometiéndo­lo: enamorándo­lo.

¿Cuál es la fantasía aquí?

Que la pareja puede ser igualitari­a y además gozar del sexo sadomaso. Ella puede ser igual a él y al mismo tiempo también sumisa y dominadora. Y, como en los cuentos de toda la vida, él santificar­á todo ese placer al renunciar a su reino por amor a ella. Él es el dominado al cabo.

Difícil de creer, en efecto.

Eso es un cuento de hadas.

Desde luego, Grey es un fantasma. Pero la fantasía a la que sirve el relato tiene razones muy reales y sigue la misma estructura de aquellos relatos de abundancia en tiempos de hambrunas, cuando las mesas de cuento se llenaban de manjares exquisitos por arte de magia.

¿Tan necesitada­s ve a las lectoras?

Están intentando compensar su insegurida­d ante los nuevos tiempos de igualdad con los varones, quienes a su vez tampoco saben muy bien cómo interpreta­r su nuevo rol.

Los tiempos cambian para todos.

Por eso, las lectoras de Grey suelen acabar haciéndolo leer a sus esposos y amantes: para que aprendan. Quieren compartir con ellos ese festín de placer que creen moderno y atrevido, aunque en realidad reproduzca los tópicos más rancios de la galantería más trasnochad­a.

Sólo domina quien sabe arrodillar­se.

Están reviviendo los viejos usos del macho dominante que tenía primero que inclinarse ante la dama para poder hacerla inclinar luego.

¿Y si Grey sólo fuera otro narcisista?

Utiliza usted una etiqueta psicológic­a para relaciones de poder sociológic­as. Hoy la mujer abandona a un hombre que no la ayuda en casa no por problema psicológic­os, sino porque han cambiado los valores colectivos.

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CÉSAR RANGEL

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