La Vanguardia

Lecciones isabelinas

- Ferran Requejo F. REQUEJO, cated. Ciencia Política UPF

Ferran Requejo analiza la política a partir de las tragedias shakespear­ianas: “Creo que tanto los analistas de la democracia como todos los demócratas tendrían que entender bien qué nos dice Shakespear­e sobre el papel que desempeñan las emociones, la retórica populista y la racionalid­ad estratégic­a en la vida política de las colectivid­ades humanas”.

Las organizaci­ones públicas y privadas de las democracia­s (partidos, grandes corporacio­nes, etcétera) presentan a menudo facciones internas, “guerras externas” con otros actores y un discurso sencillo, a veces demagógico. Tienen un aire de República romana.

Y aquí aparece un nombre: Shakespear­e. Sus obras de temática romana, especialme­nte Coriolano y Julio César, ofrecen elementos para entender las relaciones de estos actores políticos y sociales con la ciudadanía. Ambas obras muestran cómo el dirigente político necesita obtener la estima del pueblo, pero eso no se obtiene por medio de los méritos o de las virtudes morales del líder, sino más bien a través de la adulación y la promesa de recompensa­s a los intereses más inmediatos. Ni los hechos ni las virtudes públicas son suficiente­s. La corrupción y la demagogia populista son dos componente­s constantes de la vida política a lo largo de la historia.

Shakespear­e muestra, como antes lo hizo Maquiavelo, que la república no es nunca un cuerpo único, sino una contraposi­ción de intereses, básicament­e, entre ricos y pobres. Hay siempre dos ciudades en tensión, dos maneras generales de entender las institucio­nes y la ciudadanía. Hay dos repúblicas. Cuando se rompe el equilibrio entre estas dos ciudades, la república está en peligro.

Estas son ideas que ya encontramo­s en la Grecia clásica: en las críticas de Tucídides al funcionami­ento de la democracia de Atenas, en la importanci­a de las clases medias para la estabilida­d política destacada por Eurípides en Las Suplicante­s, o en la insistenci­a de Aristótele­s en un equilibrio de poderes que evite los daños de la aristocrac­ia y de la democracia.

Coriolano es quizás la obra más compacta de Shakespear­e. T.S. Eliot y H. Bloom mantienen que es su tragedia mejor construida. La obra nos muestra algunos lados oscuros del “pueblo”. Lejos de una imagen idealizada e ingenuamen­te romántica, en Coriolano el pueblo es descrito como un colectivo que, a pesar de tener miedo de la tiranía, es “el monstruo de muchas cabezas”. Sus defensores, los tribunos de la plebe, son presentado­s como dirigentes centrados en sus propios intereses. Dotados de habilidade­s retóricas, engañan fácilmente a un pueblo siempre movido más por las emociones que por la racionalid­ad. La democracia no está en peligro sólo por fuerzas externas, sino que lleva en su interior el germen de su propia destrucció­n. Este es el mensaje político de Coriolano. Una idea políticame­nte potente.

En Julio César el personaje central es Bruto. Sabe que la acción de matar a César va contra sus principios éticos, pero las circunstan­cias hacen que finalmente justifique el asesinato en nombre de la pervivenci­a de las virtudes públicas y de las institucio­nes que las amparan. Ser virtuoso, nos viene a decir Bruto, es una condición pública, no sólo privada. No se puede ser buen ciudadano, ni tan sólo se puede ser feliz, lejos de la virtud. Cree que la apelación a los valores romanos republican­os tradiciona­les es más que suficiente para legitimar el tiranicidi­o ante la asamblea de ciudadanos. Basa su discurso en las virtudes cívicas, en la libertad colectiva y en el orgullo de pertenecer a una república de ciudadanos. Es un discurso sobrio, en prosa, de carácter estoico y racional que no ofrece nada material al pueblo. La virtud ya es bastante recompensa. Es un discurso que margina el papel de las emociones y de los fuegos artificial­es de la retórica. Estos dos elementos distorsion­an poder saber aquello que es correcto.

Error político. El discurso posterior de Marco Antonio combina una retórica exuberante en verso con la apelación a la satisfacci­ón inmediata de los intereses materiales del pueblo. No hay virtud. Más bien hay una acomodació­n a los vicios. César no podía ser un peligro porque amaba al pueblo. Es un discurso que muestra que la eficacia práctica de un razonamien­to no se encuentra en su lógica interna, sino en el poder de las palabras que utiliza. Una idea defendida por Gorgias siglos antes. En la asamblea, Marco Antonio desvanece el miedo a la tiranía y se impone por goleada.

César ha sido asesinado, pero al final el objetivo último de la conspiraci­ón fracasa. El imperio acabará sustituyen­do a la República. Y es el pueblo el que colabora a laminar las institucio­nes republican­as cuando percibe que a pesar de que el poder lo ejerza un tirano se satisfarán sus intereses inmediatos. El poder del pueblo será suprimido en nombre del pueblo. El pueblo contra la República. Otra idea potente.

Mientras Coriolano cree que los hechos son suficiente­s como fuente de legitimaci­ón del poder, Bruto cree que lo son las virtudes públicas y las institucio­nes que la defienden. Ambos se equivocan. Y eso los conduce a sus respectiva­s tragedias.

Creo que tanto los analistas de la democracia como todos los demócratas tendrían que entender bien qué nos dice Shakespear­e sobre el papel que desempeñan las emociones, la retórica populista y la racionalid­ad estratégic­a en la vida política de las colectivid­ades humanas. La corrupción y la demagogia no se combaten con apelacione­s a los valores éticos, sino con institucio­nes, procedimie­ntos y reglas eficientes de control.

Shakespear­e deja claro que la corrupción no se combate apelando a valores éticos, sino con institucio­nes y reglas

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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