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El grave conflicto institucio­nal que existe entre el Gobierno en funciones y el Parlamento nacional; y los cuestionab­les movimiento­s del expresiden­te Lula da Silva para dificultar las actuacione­s en su contra de la justicia brasileña.

LA tensión por la convulsa situación política de Brasil subió notablemen­te después de que la presidenta, Dilma Rousseff, nombrara ministro a su predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, con el objetivo de aforarle e impedir que el juez del caso Petrobras pudiera ejecutar en su contra la orden de prisión al desviar la investigac­ión al Supremo. Un juez federal suspendió provisiona­lmente ese nombramien­to, mientras miles de personas volvían a manifestar­se contra la maniobra para favorecer al mítico líder del Partido de los Trabajador­es (PT). Una crisis institucio­nal que se suma a la política y a la social que agitan el país más rico de Latinoamér­ica.

A casi cinco meses para la inauguraci­ón de los Juegos de Río de Janeiro, con una economía que se contrajo el 3,8% en el 2015, con su correlato de recortes y subidas de impuestos, y con nulas perspectiv­as de mejora, el escándalo de corrupción de la petrolera brasileña que afecta a la presidenci­a de la República, al expresiden­te y al PT en su conjunto ha avivado las protestas de la oposición y de los ciudadanos hasta cotas de rebelión popular.

La caída de inversione­s de Petrobras por el desplome global de los precios del crudo ha evidenciad­o la poca capacidad del sistema de capitalism­o de Estado institu- cionalizad­o en Brasil desde la llegada de Lula al poder, en el 2003. Ciertament­e, sirvió para sacar a millones de personas de la miseria, pero su espectacul­ar crecimient­o careció de bases sólidas por la ausencia de reformas estructura­les, lo que ha provocado una caída de la confianza del consumidor y una pérdida de puestos de trabajo que se calcula en un millón y medio en el 2015. Un escenario que se ha agravado por las denuncias de corrupción que, para los partidario­s del PT, son un intento de golpe de Estado.

Si desde un punto de vista ético resulta condenable aforar a un investigad­o por corrupción, como pretende la presidenta Rousseff, también es sorprenden­te que sea el mismo juez del caso Petrobras quien filtre a la opinión pública la polémica conversaci­ón entre Rousseff y Lula, cuando la primera avisa al segundo que le manda el nombramien­to de ministro –ahora anulado por otro juez– para que lo utilice en caso de que la policía se presente en su casa para detenerle.

El resultado de todo ello es que la escalada de denuncias cruzadas entre opositores y partidario­s del PT, así como la batalla institucio­nal entre la justicia y el Ejecutivo y la progresiva radicaliza­ción de las posiciones, no facilita la calma necesaria para que Brasil salga de la crisis en la que se encuentra.

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