Sérgio Moro, el implacable
Un joven juez federal de 44 años se convierte en adalid de la lucha contra la corrupción en Brasil y en héroe nacional
Todos somos Sérgio Moro”. La cara del juez del caso Petrobras aparecía serigrafiada en camisetas amarillas. “Sérgio Moro, orgullo nacional”, se leía en una pancarta escrita a mano durante las multitudinarias protestas del domingo contra el Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). “100% Moro”. “Viva el juez Moro”. “Moro, estamos contigo”. A sus 44 años, el magistrado se ha convertido en un héroe nacional para los detractores de la presidenta Dilma Rousseff y su predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.
Licenciado en Derecho en 1995, opositó y un año después, con sólo 24 años, se convirtió en juez federal en su estado natal, Paraná. Moro va camino de pasar a la historia como el Antonio Di Pietro brasileño, el fiscal italiano que en los años noventa dirigió la operación Manos Limpias contra la corrupción que acabó dinamitando a los partidos tradicionales.
Porque, aunque la operación Lava Jato (lavacoches) parezca mediáticamente centrada en desentrañar los sobornos que algunas empresas pagaban a políticos oficialistas, la red de corrupción salpica a miembros de casi todos los partidos políticos, también a los opositores que piden la destitución de Rousseff.
Las empresas constructoras pagaban comisiones, que iban del 1% al 5% de los contratos, a cambio de la intermediación de los políticos para lograr millonarias concesiones de obras y servicios de la petrolera estatal. El dinero era aparentemente destinado a financiar a los partidos pero también bolsillos particulares, propiedades, viajes y cuentas en Suiza.
Casado y con dos hijos, Moro es juez federal en Curitiba, la capital de Paraná, donde se centraliza la causa Petrobras porque la investigación del caso, que se destapó en marzo del 2014, surge con el seguimiento de Alberto Youssef, un empresario de ese estado dedicado al cambio ilegal de divisas y que dentro de la red tenía como mi- sión blanquear el dinero desviado de la petrolera. De hecho, el nombre de la operación nace porque los primeros implicados, como Yousseff, se citaban e intercambiaban maletines en lavaderos de coches y estaciones de servicio.
Una especialización en la Universidad de Harvard sobre lavado de dinero ha permitido a Moro perseguir implacablemente a los sospechosos, recuperando ya cientos de millones de reales para las arcas públicas y enviando a prisión a decenas de políticos, directivos de Petrobras y empresa-
Como en una hilera de fichas de dominó, Moro ha usado como nadie la figura del delator premiado
rios, como Marcelo Odebrecht, dueño del holding Odebrecht, la mayor constructora de Latinoamérica, condenado recientemente a 19 años y 4 meses de cárcel.
Como en una hilera de fichas de dominó, Moro ha usado como ningún otro juez lo hizo antes la figura del delator premiado, instituida por ley en el 2013, y que ha provocado que, empezando por Youssef, muchos de los procesados hayan acabado cantando y denunciando a otros implicados a cambio de reducciones de pena o beneficios penitenciarios.
Lava Jato es ya la más importante operación contra la corrupción de la historia de Brasil y sus consecuencias finales aún no están escritas. Mientras Lula y el PT acusan a Moro de persecución política, el juez lo desmiente usando comunicados –no concede entrevistas– y se defiende amparándose en la separación de poderes. La tangentópolis brasileña no ha hecho más que empezar y amenaza no sólo con llevarse por delante al PT, a Lula y a Rousseff, sino a buena parte del establishment.