La iglesia de los periodistas
Antes de que Rupert Murdoch desembarcara en la Gran Bretaña de los años ochenta para hacer la guerra a los sindicatos y –con la ayuda inestimable de una tal Margaret Thatcher– destruir los periódicos tal y como habían sido conocidos hasta entonces, Fleet Street era la calle de la prensa.
Allí estaban los cuarteles generales de todos los grandes diarios y agencias, las oficinas de los corresponsales extranjeros. En sus pubs intrigaban los reporteros, criticaban a los directores, entrevistaban a las fuentes y se emborrachaban para celebrar las exclusivas. En sus restaurantes se pagaban memorables cuchipandas, con cargo a la empresa. Y en la iglesia de Santa Brígida se casaban, bautizaban a sus hijos y despedían a sus muertos.
De todo eso, hoy sólo queda la iglesia. Tras la revolución Murdoch y los cambios tecnológicos que tal vez fueran inevitables pero en cualquier caso precipitó el magnate, las publicaciones abandonaron Fleet Street para trasladarse a edificios desolados y naves industriales de Wapping, Canary Wharf y otros barrios alejados del centro de Londres, donde los costes eran más baratos y la logística más sencilla. Los periodistas fueron desapareciendo de las cantinas y casas de comidas, siendo reemplazados por jueces y abogados que tienen sus despachos en las ciudades judiciales de Temple y Gray’s Inn, o que acuden a decidir culpabilidades e inocencias en las salas del vecino Tribunal Supremo. Los únicos reporteros que pasan notas de gastos de los establecimientos del barrio son los que cubren la corte.
Pero Santa Brígida, diseñada (como otras 51 iglesias londinenses y la catedral de San Pablo) por el arquitecto Christopher Wren, de estilo barroco y perteneciente a la Iglesia de Inglaterra, sigue siendo el lugar de culto de los periodistas, y hasta tiene un altar de la prensa con notitas en recuerdo de los que se han ido. Cuando el año pasado el iraquí Amar al Shahbander y su esposa (ambos musulmanes) fallecieron por una bomba colocada en su vehículo por el Estado Islámico, aquí se celebró el servicio religioso interconfesional. Y lo mismo cuando los corresponsales de la agencia Reuters en Kabul e Islamabad fueron asesinados o murieron en circunstancias sospechosas. Pero no todas las ocasiones son tristes, y los plumillas, fotógrafos y ejecutivos también se reúnen para celebrar el domingo de Resurrección o cantar himnos navideños. De casi setenta metros de altura, su aguja es visible desde numerosos puntos del centro de la ciudad. Es un auténtico faro espiritual.
Santa Brígida está a cargo desde hace dos años de una sacerdotisa anglicana, Alison Joyce, que al principio creyó que eso de la iglesia de los periodistas era poco más que una leyenda, una manera en que los viejos de la profesión se aferraban a una historia que ya no existía. “En seguida me di cuenta de mi error –admite–. La prensa es el alma de la congregación, nuestro signo de identidad. Los diarios se marcharon hace ya tiempo de Fleet Street, pero los reporteros siguen viniendo a misa y a rezar, a poner velas por sus compañeros que están en peligro o han desaparecido, para bendecir a sus hijos y llorar a sus muertos”.
Sin ir más lejos, y con todo lo que ello tiene de irónico, Murdoch se casó hace un par de semanas en Santa Brígida con su tercera mujer, Jerry Hall, en una celebración que revolvió las tripas de los miles de trabajadores del sector (sobre todo operarios de las linotipias y conductores de camiones) que perdieron sus empleos cuando el propietario del News International declaró la guerra a los sindicatos. Hubo huelgas y se libraron batallas campales frente a las imprentas del Sun, de The Times y del desaparecido News of the World en los Docklands (muelles a orillas del Támesis).
Desde mediados del siglo XIX y hasta finales del XX, Fleet Street fue la capital del periodismo mundial, y las conversaciones en sus cafés, restaurantes y pubs como The Punch eran el equivalente de Twitter o Facebook. Hoy sólo quedan los recuerdos, los repartidores de ejemplares gratuitos del vespertino The Evening Standard a la salida del metro, y la iglesia.
“Necesitamos a los periodistas –afirma Alison Joyce–. Son nuestra ventana al mundo. Hacen un trabajo ingrato y peligroso, pero saben que santa Brígida siempre los protegerá”. Amén.
Los diarios se fueron hace tiempo, pero los reporteros todavía se casan en Santa Brígida