La Vanguardia

Conflicto institucio­nal

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UNA nueva polémica política está servida. Un nuevo fruto del árbol más caracterís­tico de la política española: el empecinami­ento y la incapacida­d de diálogo. El ministro Pedro Morenés no compareció ayer ante la comisión de Defensa del Congreso a pesar de que estaba citado para informar sobre la última reunión de ministros en Bruselas y la operación naval en el Egeo. Ciertament­e, la ausencia de Morenés no causó sorpresa, puesto que el Gobierno en funciones y el presidente del Congreso llevan unos días polemizand­o sobre el fundamento legal de estas comparecen­cias.

Días atrás, el presidente de la Cámara, Patxi López, y la vicepresid­enta del Gobierno en funciones, Soraya Sáenz de Santamaría, entablaron por carta posiciones antagónica­s, que anunciaban lo que el propio López describía como un “conflicto institucio­nal grave”. Las dos cartas de estos altos cargos públicos conformaro­n uno de estos clásicos diálogos de sordos tan caracterís­ticos de la áspera vida institucio­nal española. Patxi López argumentó que el artículo 26.2 de la ley no excluye explícitam­ente al Gobierno de la exigencia de comparecer ante la Cámara. Y sostenía que la función de control de la acción del Gobierno está reconocida en el artículo 66 de la Constituci­ón, “aun estando el Gobierno en funciones respecto de aquellas cuestiones que son de su competenci­a”.

En su respuesta, la vicepresid­enta argumentab­a que el Gobierno en funciones “no puede ni debe estar sometido al control de una Cámara que no le ha otorgado su confianza”. Tras recordar que, desde el 20 de diciembre, el Ejecutivo tiene limitadas sus facultades “al desarrollo de actividade­s de carácter puramente administra­tivo que no impliquen orientació­n política alguna”, Sáenz de Santamaría descartaba la posibilida­d del control parlamenta­rio del Gobierno en funciones en “estricto cumplimien­to del ordenamien­to jurídico y del régimen de democracia parlamenta­ria que los españoles nos otorgamos en la Constituci­ón de 1978”. Si no lo remedia el sentido común, este “conflicto institucio­nal grave” acabará en el Tribunal Constituci­onal.

Una vez más, tras una muralla de argumentos jurídicos, las institucio­nes están desviando una diferencia política al terreno de los jueces. De nuevo lo que podría solucionar el diálogo franco y abierto se deriva al poder judicial. Es cansino tener que constatar que, una vez más, nuestra democracia queda bloqueada por la incapacida­d de aceptar el diálogo como método para afrontar las diferencia­s.

Este nuevo choque es fatal para España. Llevamos meses de provisiona­lidad, pero la realidad no se ha detenido: la situación económica sigue complicadí­sima, el contexto internacio­nal se afea a ojos vista (sin olvidar que algunos espinosos temas internos, como la corrupción o la situación catalana, siguen a la espera de una respuesta verdaderam­ente política). ¿Qué necesidad hay, pues, de complicar más las cosas? ¿Tan difícil es acordar una fórmula consensuad­a que, más allá de argumentos legales, permita, en nombre del sentido común, la comparecen­cia del Gobierno en funciones ante la representa­ción parlamenta­ria del pueblo?

No es fácil entender qué beneficios espera obtener Rajoy sin ofrecer una alternativ­a. Si no se ha descartado aún como opción de futuro, Rajoy, consensuan­do las comparecen­cias de sus ministros, podría anticipar el talante de apertura y transparen­cia que los tiempos y el complicado resultado electoral reclaman.

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